Por una cultura relacional JOSEP MARIA MONTANER
El mundo se transforma de manera cada vez más acelerada y vivimos una condición permanente de cambio. En esta situación, si reconocemos que los modelos culturales dominantes son obsoletos, sería necesaria la eclosión de nuevos conceptos de cultura. Por una parte, es inaceptable la cultura totalizadora de la globalización, del pensamiento único, de los homogeneizadores medios de comunicación de masas; como tampoco podemos aceptar a sus profetas, los apologistas de los nuevos medios técnicos y los pensadores neoliberales. Se trata de propuestas que en la mayoría de los casos tienen sus raíces en los modelos culturales y en los intereses económicos norteamericanos. Pero, por otra parte, tampoco tiene sentido por más tiempo la cultura cerrada y redundante de las élites intelectuales, basada en alardear de la posesión de conocimientos y dirigida de manera endogámica al mismo público minoritario. Un pensamiento cansino y viciado, cautivo de las rencillas universitarias y de la estéril defensa de parcelas del saber por parte de aquellos especialistas incapaces de aceptar la complejidad del mundo real y la disolución de las fronteras disciplinares. Deberían recrearse culturas más democráticas y abiertas, basadas en los intercambios multidisciplinarios y en la posibilidad de establecer relaciones comparativas e interpretativas entre las artes, el pensamiento y la ciencia. Se trataría de ensayar sin miedo, de crear redes de interpretación y acción que impliquen al máximo número de personas. Lejos del hermetismo y la erudición injustificada, la cultura debe aportar instrumentos para ser cada vez más conscientes, cultos y libres, colaborando a la mejora de las sociedades. Como ha dicho Edgar Morin, "saber, sin relacionar lo que sabemos, apenas vale para nada". Se trataría de elaborar nuevas culturas que superasen los dos polos del pensamiento único y masivo y del pensamiento para élites -que en el fondo llevan a lo mismo, a la marginación de los sujetos de la posibilidad de pensar y elaborar sus propias interpretaciones del arte y del mundo-. Unas nuevas culturas relacionales que adiestrasen en el conocimiento de las diversidades culturales y de las características de los diversos contextos, que integrasen las diferentes propuestas emergentes frente a la tendencia a la homogeneización y al dominio. En este sentido, el mayor fracaso del humanismo contemporáneo ha sido que el sistema de valoración capitalista, con su carácter de equivalente general y hegemónico, haya aplastado todos los demás modos de valoración. El arte, la poesía, la música, la creatividad, el paisaje, la investigación filantrópica, la vida social y cultural, tal como señalaron T. W. Adorno y G. E. Debord, todo ha quedado subsumido dentro del valor de cambio y dentro de los procesos de consumo; todo es mercancía. Que el magnate propietario de una obra de arte pueda hacer con ella lo que quiera, incluso destruirla tal como se temió el pasado mes de julio con el Retrato del doctor Gachet, de Vincent van Gogh, es la muestra del mayor fracaso de la cultura: no haber sabido salvar nada de los patrones de la globalización del capital, no haber sabido instaurar otros criterios que no sean los del rendimiento y el beneficio. La naturaleza, el arte, la belleza, la arquitectura y la ciudad son patrimonio de todos; cualquiera ha de
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