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Tribuna
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El otro 'número dos'

Francesc Valls

Jordi Pujol tiene un asiduo acompañante en esta campaña. Josep Antoni Duran Lleida, el líder de Unió Democràtica (UDC) -socio democristiano de Convergència Democràtica (CDC)-, se ha convertido en la sombra del presidente de la Generalitat. El número ocho de la lista de Convergència i Unió (CiU) ha pasado a ser un virtual segundo, aunque nominalmente esta plaza -la del número dos- la ocupe el consejero de Economía, Artur Mas. El orden matemático ha sucumbido a la lógica política. Las agrias polémicas, las descalificaciones entre convergentes y democristianos han quedado atrás. Si durante un año la opinión pública ha seguido las intrigas palaciegas urdidas por UDC y CDC para suceder a Pujol, ¿qué mejor imagen que la de una compenetrada pareja de hecho o -según preferencias- una familia unida? La coalición quiere proyectar la imagen de un futuro seguro, sin traumas: un Pujol rodeado de colaboradores. Una gran familia en la que a nadie se le escapa que el yerno -un Duran situado en un discreto octavo puesto- puede llegar a hacerse con las riendas del negocio. El presente impone sus peajes y el dúo nacionalista Pujol-Duran encarna las buenas vibraciones que reinan en la coalición en este periodo electoral. Unió y Convergència han implicado a sus bases en una campaña política con disciplina prusiana.Y los líderes predican con el ejemplo. Cada crítica a Pujol es rebatida por Duran Lleida, lo que duele especialmente en las filas socialistas. Pasqual Maragall ha confesado reiteradamente su atracción por ese sector de nacionalismo razonable que tiene en Duran a uno de sus exponentes. Pero la apasionada relación tiene fecha de caducidad. Si el 17 de octubre la coalición nacionalista pierde o no obtiene una mayoría suficiente, todo quedará en un puro y simple montaje. Como las grandes tramoyas que el príncipe Potemkin erigió para que Catalina la Grande viera en la estepa despoblada una Ucrania próspera, CiU está mostrando al electorado el espejismo de un mañana idílico sobre un futuro inmediato lleno de interrogantes.

La derrota nacionalista abriría una crisis de imprevisibles consecuencias. Una débil mayoría de CiU -alrededor de 55 diputados- elevaría la cotización política de la quincena de diputados que puede lograr Unió, lo que podría suponer la ruptura de la coalición. Y en el mejor de los casos para CiU -el de una victoria amplia-, un Duran consagrado fotográficamente como número dos partiría con varios cuerpos de ventaja en la carrera para suceder a Pujol.

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