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Tribuna
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El balance económico

El histórico líder chino Mao Zedong proclamó el 1 de octubre de 1949 el nacimiento de la República Popular China. Se enfrentaba entonces al gran reto de sacar su economía de la devastación heredada tras décadas de inestabilidad política y conflictos bélicos, y asumía la responsabilidad de garantizar el bienestar de 700 millones de habitantes. Mao se propuso devolver a China la grandeza del pasado, y apostó en su intento por el modelo económico estalinista, supeditando la política económica de su mandato a la rigidez de los planes quinquenales.La planificación centralizada permitió dirigir la industrialización acelerada de la economía. Los objetivos de producción se planificaron por periodos de cinco años, y los ideales productivos se establecieron a través de un mecanismo de precios artificiales que prescindía de todo criterio de eficiencia económica. Se nacionalizó la industria, la banca, el comercio y demás servicios, y el motor de crecimiento descansó en la creación de un poderoso sector industrial pesado en detrimento del desarrollo de la agricultura, infraestructuras, vivienda y la industria de consumo en general, actividades que no encontraron su reflejo en las prioridades de la política económica maoísta.

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Medio siglo de sobresaltos

La conjunción de los factores perturbadores -tanto humanos como naturales- que afectaron a China durante el periodo 1949-1976 no impidió que la economía creciera a una tasa media del 5%. El nivel de vida mejoró de forma sustancial, y la pobreza se redujo sensiblemente tras la puesta en práctica de los principios igualitarios del socialismo. Por otra parte, el maoísmo llevó a cabo importantes reformas sociales que sentaron las bases para la modernización del país. Así, destacan, por ejemplo, las mejoras educativas y sanitarias y la erradicación de ciertas tradiciones ancestrales que fomentaron la participación social y política de la mujer. Dos años después de la desaparición de Mao, en el año 1978, tiene lugar en China una de las revoluciones económicas más destacadas de la historia. El ambicioso programa reformista ideado por Deng Xiaoping, que hizo de la liberalización y de la apertura de su economía los dos ejes cruciales del cambio, ha conducido a China por la senda del crecimiento económico vertiginoso y la modernización acelerada. Veinte años de transformaciones lentas y progresivas han permitido cuadruplicar la renta per cápita de una población que hoy en día supera los 1.200 millones de habitantes, y que se beneficia de las elevadas tasas de crecimiento que año tras año registra la economía.

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La peculiaridad del modelo chino, el denominado "socialismo de mercado", ha dado lugar a predicciones de muy variada índole sobre el futuro económico de China, que van desde el catastrofismo radical, que augura la involución de la reforma y la desintegración territorial, hasta el optimismo exacerbado, que ve en China la potencia que liderará la economía mundial en los primeros años de vida del nuevo siglo.

Sin embargo, se impone la racionalidad económica y el realismo, y así, a pesar de los espectaculares logros alcanzados, China es todavía un país relativamente pobre, cuya renta per cápita supone el 11% de la estadounidense. Además, cualquier reflexión sobre el futuro de China debe tener muy presente el peso de las restricciones que lastran su desarrollo y amenazan la estabilidad de su economía como, por ejemplo, la compleja privatización empresarial aún por acometer, la urgente reforma del sector financiero, el fortalecimiento de la política fiscal para garantizar ingresos suficientes que permitan la continuidad de las reformas en marcha sin incurrir en déficit presupuestarios excesivos, la implantación de un sistema de seguridad social a escala nacional que amortigüe los reveses propios de la transición, o las alarmantes disparidades regionales de renta generadas por las políticas reformistas selectivas que han favorecido el despegue de las provincias del litoral.

En las primeras décadas del nuevo siglo, China será todavía un país en vías de desarrollo, pero con un indiscutible y muy superior protagonismo económico y político. A este logro contribuirá de forma notable un entorno internacional propicio, expansivo, y en este sentido es indudable que la pronta integración de China en la Organización Mundial de Comercio es un requisito indispensable para garantizar la continuidad del éxito, y por ello, el reciente espaldarazo internacional a su candidatura, recibido durante la celebración de la cumbre de la APEC en Auckland, alienta un horizonte de optimismo.

Yolanda Fernández Lommen es responsable de Estudios Asiáticos en el Centro Español de Relaciones Internacionales y profesora de Economía Aplicada de la Universidad Complutense

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