Atascos
JUANJO GARCÍA DEL MORAL Los últimos días han sido pródigos en atascos, y no sólo en las carreteras. Son ya normales los problemas dominicales en los accesos a las grandes ciudades, por esa curiosa costumbre que tenemos de regresar todos a la misma hora al término del fin de semana. Pero este domingo los embotellamientos no se produjeron a las horas habituales. El más sonado se registró a primera hora de la tarde y tuvo por escenario las inmediaciones del circuito de Cheste, que se convirtió en una ratonera para los miles de aficionados que, pese a la lluvia, acudieron a ver a sus ídolos en las carreras del Mundial de motociclismo. Estaba cantado desde hace tiempo que habría problemas el día en que las nuevas instalaciones acogieran un acontecimiento de ese calibre, y la climatología no ayudó precisamente a aligerar la entrada y la salida. Más de cuatro horas tardaron algunos en regresar a Valencia desde Cheste a la conclusión del espectáculo, algo que los organizadores y la Administración deberán recordar antes de la próxima cita. El primer atasco de la jornada, el que se registró de madrugada en Valencia, fue bien distinto. Sus protagonistas no fueron los coches, ni las motos, no tuvo como escenario las carreteras y sus víctimas no fueron los conductores. Se produjo en el interior del Palau de Congressos, donde se celebró el congreso extraordinario del PSPV. El flamante edificio de Norman Foster fue testigo de una nueva y penosa entrega del atranco permanente en que viven los socialistas valencianos de un tiempo a esta parte; de los enredos de unos y de la confusión de otros, del tremendo embrollo en el que se han metido, para regocijo de Zaplana. Los papeles se cambiaron: los conductores, esto es, los dirigentes del partido, no fueron las víctimas, sino los responsables del penoso espectáculo que presenciaron los 394 delegados con derecho a voto. Pero en este caso los sufridores no son sólo los congresistas, sino todos los militantes, incluso los votantes de un partido de cuyos dirigentes se puede esperar ya cualquier cosa. El partido seguirá vivo, pero la muerte cerebral de sus preclaros líderes puede causar un colapso generalizado que obligue a desenchufarlo.
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