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La inteligencia colectiva del PSPV

Dada la situación de desconfianza y, como dirían los expertos, de familismo amoral que se ha ido tejiendo en la federación socialista valenciana, la supuesta peña ciclista ideada por Romero podría ser un mejor camino para lograr lo que hoy ya nadie cree posible: salir de la crisis. Por lo menos parece más desenfadada, natural y simple. ¡Aprender actitudes democráticas igualitarias, pero divirtiéndose! Entre la mencionada peña y el curso impartido por Felipe González para directivos y militantes escogidos hay una diferencia, quizá no muy visible, pero desde luego importante. Veamos. En la peña se toma como punto de partida la igualdad entre todos los miembros. Disponen de una bici, de sus fuerzas personales y a correr; no existen privilegios, todos tienen el mismo punto de partida. No hay listas previas ni minorías dominantes. Esas minorías que, como ya no son creativas, imponen su autoridad a través de la limpieza de militantes que deberán elegir al futuro secretario general del PSPV. En el curso a directivos socialistas existe una autoridad que enseña a los miembros del grupo. Además tienen que escuchar, aprender y saber aceptar las reprimendas de otros. Una sesión terapéutica que parte de la diferencia y no de la igualdad, exactamente lo que menos necesita el PSPV. Desde que perdieron las elecciones en el 95 y sobre todo desde el famoso Congreso de la Politécnica, no han hecho otra cosa que instalarse en las diferencias y en la necesidad de un líder adecuado que aglutine a todas las familias. La salida a esta situación, y no acaban de darse cuenta, pasa por una mejor inteligencia colectiva. Una especie de talento distribuido entre todos y cada uno de los miembros del grupo, una mente compartida en la que todos participen, hablando, discutiendo, sugiriendo ideas. Una situación de máxima relación interpersonal en la que no existan familias, ni grupos, ni autoridad que imparta sabiduría, sino una buena dosis de igualdad y de confianza. Para esa inteligencia dinámica y compartida, la bici es mejor que la sede. Los psicólogos saben muy bien que cuando un problema se enquista, la solución está casi siempre fuera del problema. Sin embargo, el PSPV no ha conseguido en ningún momento abandonar la crisis en que vive. Y el curso impartido por Felipe profundiza todavía más en la herida, lo sepan o no sus promotores. El juego de la verdad, el testimonio y el reconocimiento de faltas es bueno para el individuo amargado, pero malo para el grupo; es la mejor manera de enquistar el problema de desconfianza y desigualdad en el PSPV. La dinámica de grupo, hay que decirlo claramente, es todo lo opuesto a dicho curso. Se inventó hace mucho por un psicólogo alemán de origen judío, para evitar el contagio del autoritarismo europeo en Norteamérica. Es una tecnología para desarrollar actitudes sociales democráticas. En ella no existe líder, ni maestro, ni autoridad; su efecto terapéutico radica precisamente en la situación de igualdad, sin un plan ni una meta establecida. El grupo habla, discute y cambia de actitudes; se establece una dinámica de relación, surge la confianza interpersonal y, entonces, los temas y las metas van apareciendo: la inteligencia colectiva se ha puesto en marcha. La crisis no es de cuadros directivos. El problema no es de elección de líderes, sino de igualdad de juicio en los grupos. Y sin igualdad, lo saben muy bien los socialistas, difícilmente se puede hablar de libertad. Sin igualdad y con poca libertad de elección aparece la desconfianza generalizada, es decir, el familismo amoral. Esas actitudes que hacen que las personas sólo confíen en los suyos, en su propia familia. El familismo amoral fue señalado por los expertos, en los años cincuenta, en aquellos países con poco crecimiento económico y una experiencia continuada de dominación. El reciente socialismo español tiene ambas características; hace tiempo que ha dejado de crecer, de tener éxito y poder, y también sufre las consecuencias de una minoría dominante, que si bien fue creativa anteriormente, ahora ya no lo es. La salida a ese familismo amoral es el consumismo cultural y personal. Es decir, muchas relaciones, mucho contacto interpersonal, mucho intercambio de ideas, salir del propio sector, de la sede, de la gestora, de toda estructura formal, para poder así relacionarse unos con otros en un plano de igualdad. Lo dicho ¡la bici era mejor! Frente al juego de la verdad, lo que necesita el PSPV es una verdadera dinámica de grupo. Claro que existe otra salida, al margen de la inteligencia colectiva y del consumo de relaciones, y es una especie de psicoanálisis de grupo. Puede que la crisis del PSPV se deba al hecho de que es inviable el pacto de no agresión entre hermanos, porque en realidad el padre no desapareció por voluntad activa de los miembros del grupo ni por decisión propia, y así se cerró la puerta al desarrollo natural de las actitudes democráticas del grupo. La "estrella menguante del padre" lo transforma en profesor, el profesor en terapeuta y, por transferencia, en objeto perturbador del proceso de renovación. Pero como la terapia psicoanalítica lleva tiempo y cuesta mucho dinero, recomiendo en este caso la dinámica de grupos como tecnología social democrática. Si ya lo dijo Tocqueville, "hay más conocimiento y saber en el número de legisladores que en la selección de los mismos".

Adela Garzón es directora de la revista Psicología Política.

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