Pacificar Timor
Las presiones internacionales sobre Indonesia parece que al fin empiezan a surtir efecto. Por vez primera, el Gobierno de Yakarta no se cierra en banda a la posibilidad de aceptar una fuerza de interposición internacional en Timor Oriental. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas permanecía reunido ayer en Nueva York para avalar el rápido despliegue de una fuerza de paz, contando siempre con el asentimiento de Indonesia. Urge poner fin a la política de asesinatos, terror y tierra quemada, que, lejos de detener, han impulsado las Fuerzas Armadas indonesias, en contra de lo pactado en mayo con la ONU. Cabe considerar que la ONU se equivocó al impulsar un referéndum de autodeterminación cuando la situación no estaba aún madura para una solución, y con una total imprevisión sobre las posibles consecuencias de un voto favorable a la independencia de Indonesia, como ocurrió por una mayoría abrumadora que las milicias proindonesias tratan de aplastar con una campaña de terror. Voces sensatas habían pedido que antes de la votación fueran desarmadas esas milicias. Es evidente que tenían razón. Además, la experiencia indica que un referéndum difícilmente es una salida; más bien sirve para legitimar una salida política previamente acordada.
Pero una vez celebrada la consulta, la ONU y el Consejo de Seguridad están obligados a asumir la responsabilidad de pacificar Timor, para rebobinar al menos en parte este horror y para enviar una señal de credibilidad y confianza frente al futuro de la ONU.
Tras unos titubeos iniciales, la comunidad internacional ha ido aumentado su presión sobre Yakarta, especialmente con ocasión de la cumbre económica Asia-Pacífico en Nueva Zelanda, donde Clinton y su homólogo chino, Jiang Zemin, se han consultado sobre el problema. Estados Unidos había ordenado suspender la colaboración militar y la venta de armas a Indonesia -era lo mínimo exigible-, mientras aumentaba la amenaza de congelar la ayuda económica. El FMI ha dejado en suspenso las conversaciones sobre los 37.000 millones de dólares de préstamos suplementarios a los 10.000 millones ya entregados a Yakarta. Japón y otros países se resisten a esta medida por considerar que tal recorte asfixiaría aún más la maltrecha economía indonesia y podría provocar una involución en la naciente democracia, restando cualquier posibilidad que le quede al presidente Habibie o a la vencedora de las pasadas elecciones, Magawati Sukarnoputri. Ello indica la complejidad de la situación, resistente a supuestas soluciones fulgurantes.
Ha habido voces partidarias de una intervención a la brava, con o sin consentimiento del Gobierno de Yakarta. Indonesia es un país constituido por más de 13.000 islas, con 200 millones de habitantes, una gran diversidad étnica y religiosa y un historial cargado de violencia. Su desestabilización supondría un grave peligro para toda la zona. Una de las razones por las que China rechaza una intervención internacional en Timor contra la voluntad de Yakarta es no sólo su franca oposición a que se repitan operaciones como la de Kosovo en su proximidad, sino también el temor a incitar nuevos ataques contra la importante minoría china en Indonesia.
Son numerosos los indicios que apuntan a una lucha de poder en ese gran país, el cuarto más poblado de la tierra, con el pretexto de la situación en Timor. Frente a la apertura que supuso la caída de Suharto tras 32 años en el poder, y las elecciones de junio pasado, el Ejército está recuperando el terreno que siempre ocupó.
La flexibilización de la postura indonesia que ayer manifestó el actual hombre fuerte de la situación, el general Wiranto, ministro de Defensa y jefe de las Fuerzas Armadas, es una noticia esperanzadora, pero no la garantía final de que se podrá llevar a cabo esta misión de pacificación. Lo hizo coincidiendo con la presencia en el país de la comisión de Naciones Unidas y después de que el secretario general de la ONU, Kofi Annan, advirtiera de que los responsables de las matanzas podrían ser juzgados por crímenes contra la humanidad. Pero, sobre todo, después de que Clinton elevara el tono y anunciara novedades en 48 horas. También Alemania, por medio de su ministro de Asuntos Exteriores, Joschka Fischer, instó ayer a las autoridades indonesias a dar "pasos concretos" para autorizar la presencia de cascos azules, de acuerdo con las declaraciones del general Wiranto. No está claro quién manda realmente en ese complejo país, pero sí se sabe que en Timor se juega la posibilidad de un futuro democrático en Indonesia.
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