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El congreso de la euforia J. J. PÉREZ BENLLOCH

Al amparo de toda suerte de bonanzas, el PP valenciano se avecina a su noveno congreso regional. Sin moros en la costa, o tan maltrechos que en realidad son el contrapunto de la propia euforia, ni problemas que les acucien especialmente, los populares anuncian una suerte de nueva frontera programática y partidaria que les consolide en el centro político y les otorgue definitivamente el disputado entorchado progresista. El que quede de todo ello pronto se verá, pero a tenor de las pistas que nos anticipan es indudable que apuntan alto. El elixir del poder, el confort de una mayoría "suficiente" y la consistencia del liderazgo -incuestionado e incuestionable por ahora- les ha dotado de alas para abordar objetivos impensables hasta no ha mucho en la fosilizada derecha indígena. Obstinarse en negar estos cambios de propósitos y de talante, sin duda positivos para la salud democrática del País Valenciano, es tanto como obcecarse en el tópico. Si no interpretamos mal los indicios que se han anticipado y a falta de conocer el meollo de las ponencias que se debatirán, entendemos que el congreso se desarrollará en torno a dos ejes básicos: el ideológico y el orgánico, lo que no constituye ninguna novedad en estos concilios partidarios. La novedad se desprenderá -si así acontece- de su contenido y alcance. En punto a la dimensión ideológica no será sorprendente que se nos proponga un recuelo del maître à penser y multiusos, Anthony Giddens, que tanto vale para un roto como para un descosido. En todo caso lo decisivo será la determinación que se ponga en el planteamiento de las cuestiones decisivas que nos afectan -sanidad, educación, I + D, territorio, etcétera- y que no son muy distintas de las que preocupan en otras latitudes. De ahí, precisamente, y en ello radica la innovación principal de este congreso, se pretende que el PP valenciano genere un corpus doctrinal exportable al resto del partido en el ámbito español. O sea que, además de un almiar de votantes, el zaplanismo aspira a sacudirse el pelo de la dehesa y constituirse en fontana de ideas y estrategias. Eso que suele llamarse un referente. Lástima que estas plausibles aspiraciones coexistan con gestos y actitudes anacrónicas como las del consejero de Cultura, Manuel Tarancón, tan diferente con los colegios religiosos elitistas, o con el beaterio del presidente de la diputación de Valencia, Fernando Giner, aplicándose a un maratón de procesiones con el pretexto de familiarizarse con los problemas locales. Ha de haber gente para todo. La otra pata del congreso es la regionalizadora u orgánica. Se habla de poner el enfasis en la dimensión valencianista del partido, lo que debe interpretarse con los debidos matices y salvedades. Se trataría, en suma, de cohesionar la región, ahormando las ínfulas de los barones provinciales. El organigrama del partido se prolongaría en sus líneas establecidas, pero el énfasi del poder residiría en los responsables de área -municipal, económica, cultural y etcétera- con jurisdicción en al ámbito de la Comunidad. En definitiva, una voz y unas mismas directrices. Los barones podrían seguir con sus folclores, pero el partido y la región se expresan mediante una sola voz y se gobiernan con una sola mano. De cara a Madrid y la calle Génova -sede del PP- las ventajas son obvias. La jerga seudonacionalista sólo sirve para arropar esta maniobra razonable y positiva frente a las tentaciones provincialistas. En punto a la renovación de personas se nos previene que será importante e incluso se sugiere que se confirmará la tendencia declinante de José Luis Olivas (¿qué mal fario sopla sobre este hombre?) que, relevado de la secretaría general del partido, será ceñido a las vagas tareas de la vicepresidencia del consejo. Mera conjetura, como lo es también la posibilidad de que se apunte la figura de un heredero del líder. No será por falta de candidatos, incluso lo bastante ciegos de ambición como para inmolarse en la hoguera que les supondría aguantar el tipo a lo largo de estos años. Por otra parte, Zaplana no necesita ni quiere delfines. Después de él, como de todos los que han sido, vendrá el diluvio, como es preceptivo.

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