_
_
_
_
_
Reportaje:EXCURSIONES - SIERRA DE LAS CARBONERAS

Campos de energía

Enormes robles pueblan la dehesa boyal de La Hiruela, donde antaño se elaboraba el negro combustible

Hoy nos quejamos, no sin razón, de lo mucho que cuesta el gasóleo, el propano, la electricidad y la energía en general, pero oyendo a los abueletes de La Hiruela evocar los tiempos del carboneo, nuestros desvelos energéticos se quedan en meros bostezos de siesta veraniega en un chinchorro guatemalteco. Hasta los años sesenta -dicen-, no hubo primaveras en que la dehesa no se cuajase de humeantes carboneras, parvas o boliches. Tratábase de ingentes pilas de leña de roble, cubiertas con estepa y tierra, que una vez prendidas había que vigilar día y noche, abriendo unos tiros y cerrando otros, para asegurar la lenta, homogénea e incompleta combustión de la madera, cuyo resultado es, por definición, el carbón vegetal. Más laboriosa, si cabe, era la tarea que les aguardaba en otoño: debían entonces viajar a Buitrago, salvando el puerto de La Hiruela y 25 kilómetros de sendas detestables -no había camino carretero ni, por eso mismo, carretas-, para vender las nueve o diez arrobas de carbón -unos cien kilos- que podía acarrear cada mula. Los más viejos del lugar recuerdan que, antes de la guerra, les pagaban la arroba a dos pesetas -unos 20 céntimos el kilo-, las cuales eran canjeadas ipso facto por pan, azúcar y otros artículos que hoy juzgamos de primera necesidad, pero que en aquellas calendas y entre tamañas asperezas, eran como gollerías de maharajá.

Más información
Cuando el bosque se dora

El vendaval del desarrollismo -el mismo que se llevó a los jóvenes a la capital y que sepultó en el olvido los dos molinos del Jarama y las viejas eras- extinguió para siempre los hornos de carbón, pero con el tiempo y el auge del turismo rural, La Hiruela -30 valientes luchando contra viento y frieza en el extremo oriental de la sierra norte- ha recuperado la llamada senda de las Carboneras, señalizando un espléndido itinerario pedestre que recorre la dehesa boyal a la sombra del robledal más hermoso de Madrid.

Dicha senda nace en la esquina del Ayuntamiento, donde un letrero invita a bajar por la calle del Corcho hasta rebasar la última casa -preciosa, de piedra pizarrosa y madera, como todas las que se han rehabilitado últimamente en La Hiruela-. Aquí dobla a la izquierda y 200 metros más adelante a la derecha, descendiendo a continuación entre huertos orlados de cerezos y nogales, pasando luego junto a la capillita de Nuestra Señora de Lourdes y cruzando finalmente el arroyo de la Fuentecilla por un puente de madera.

Tras salvar el regato, la senda desemboca en la carretera de La Hiruela a Colmenar de la Sierra, la cual habrá que remontar unos pocos metros para tomar a la izquierda por una pista forestal cerrada al tráfico con barrera. Lo que sigue es un plácido paseo llano de cerca de una hora -tres kilómetros- entre corpulentos ejemplarse de roble melojo y albar, alguno de más de cuatro metros de perímetro troncal: un bosque de cuento, coloreado por la malva flor de los brezos, donde ya no refulgen las ascuas de las carboneras, sino la llama plata y oro de algún solitario y agostado abedul.

Al final de la pista, que muere de súbito en una selvática barranca, una trocha permite ascender a mano derecha hasta salir a un despejado collado, a la diestra del cual se alza la cónica Morra de la Dehesa (1.400 metros). Cinco minutos nos llevará coronar este montículo, mucho menos que contemplar a placer desde su cima el panorama de las sierras de Ayllón (al norte), del Ocejón (a naciente) y de la Puebla (al sur), así como de las agrias laderas del alto Jarama donde se aferran y descuellan -de izquierda a derecha- los caseríos de El Cardoso, Bocígano y Colmenar de la Sierra.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

De vuelta en el collado, buscaremos por el lado contrario las marcas de pintura roja que jalonan la continuación de la senda. Por ella iremos a dar nuevamente a la carretera de La Hiruela-Colmenar, a poco más de un kilómetro -siguiendo el asfalto en sentido ascendente- del pueblo que no se olvida de los viejos carboneros.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_