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TERROR EN TIMOR

"No se vayan. ¿No saben ustedes que vamos a morir?"

Imperaban las lágrimas de revuelta. En cuanto los refugiados supieron de la marcha de Naciones Unidas, se dirigían a los extranjeros para suplicar. "No se vayan. ¿No saben ustedes que vamos a morir?, ¿no saben que van a matar a todos nuestros hijos?", se preguntaba, llorando, una timorense. Pero no era la única. "¡No puede ser, esto es una locura! Una cosa de locos, no puede ser!", repetía Ana Horta, hermana del premio Nobel de la Paz, José Ramos Horta, que llegó hace cinco días a la sede de UNAMET con sus cinco hijos. Otros mascullaban con desesperación: "Si la ONU se marcha, van a tener que pasar por encima de nosotros: preferimos morir atropellados por los coches que a manos de los indonesios". Un policía español miembro de UNAMET, Jorge Balina, expresaba también su impotencia: "Mi país no hace casi nada para ayudar a esta gente. En estos momentos tengo rabia de ser español. Si pudiera me cambiaba el pasaporte y me hacía portugués".

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Otros pedían a los periodistas que no se cayaran: "Cuenten a todo el mundo lo que ven aquí. Cuenten lo que saben que va a pasar a continuación. Dios mío, tenemos aquí a 500 niños, y la mayor parte son bebés de pecho." "¿Están todos locos?", se preguntaba a gritos una argentina de la misión de la ONU.

Uno de los 30 timorenses de UNAMET, Sebastião también estaba desolado: "No pensamos en nosotros, pensamos en nuestro pueblo, y en el país que debemos contruir". Maria lloraba más que el resto de sus compañeros. No quería marcharse sola. No quería abandonar a su novio en el infierno: "No lo voy a dejar aquí. Si lo dejo aquí me muero".

Mientras los timorenses lloraban y pedían la salvación, un policía de UNAMET quemaba papeles con discreción. Entre ellos, es probable que no estuviera aquel que decía: "Después de la consulta, UNAMET permanecerá en Timor Oriental".

©Público

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