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Hipervacío

La inmensidad nos vuelve a veces mejores, más humildes: uno mira el cielo limpio de verano o entra en una catedral o pasea junto a las montañas y pierde de un modo inmediato gran parte de su vanidad, de su soberbia, descubre con una nitidez dolorosa e irrebatible su verdadero tamaño, su carácter transitorio. Pero las cosas grandes no sólo nos pueden hacer más modestos, sino también menos visibles, y algo de eso es lo que ocurre con toda esa sucesión de almacenes, macrotiendas, hipermercados y burgocentros que, poco a poco, ocupan la superficie de las ciudades, abarcan de norte a sur y de lunes a sábado su vida comercial, sus horas de ocio.Ahora se van a unir Pryca y Continente, y su fusión anuncia la llegada de nuevos centros, más servicios, puede que de más puestos de trabajo; pero también, seguramente, el hundimiento de otros pequeños negocios oscurecidos por la sombra de los colosos; también, seguramente, la aniquilación irremisible de todo un ejército de viejos tenderos vestidos con batas blancas, cajeras, vendedores y dependientes que podrán elegir entre rendirse, pasar a las filas del enemigo o desaparecer del mapa igual que griegos devorados por un gigante.

¿Qué es un hipermercado? ¿Qué son un burgocentro o una macrotienda? En general, yo los veo como lugares horrorosos y ambiguos que poseen toda la comodidad y ninguna magia, como espacios laberínticos y en cierta forma inhumanos que tienen de todo pero nada en especial, que exhiben como mayor virtud su desmesura práctica o su fealdad utilitaria y logran que las ciudades terminen pareciéndose inquietantemente a aquel mundo que inventó Michael Ende en La historia interminable, un país que se iba borrando lentamente detrás de los personajes, que lo convertía todo en un abismo, en una mancha negra como la muerte.

Para mí, esas moles imponentes, y puede que, por desgracia, necesarias para muchos y por muchas razones, son una metáfora del vacío, son espacios que no significan nada, que no pueden pasar a formar parte de la vida de quienes van a comprar en ellas, y, por tanto, nunca podrán formar parte de sus recuerdos. De algún modo, al cerrar la puerta, el hipermercado desaparece; es lo mismo que si las mujeres y los hombres que hace un instante se acercaban a las máquinas registradoras con sus carros metálicos llenos de comida para una semana, juguetes, plantas, bebidas alcohólicas, detergentes, quizás un libro, un par de herramientas para el jardín o algo de ropa barata acabasen de volver de un territorio inconcreto, de un mundo construido al margen, un decorado adornado con estanterías funcionales y alimentos falsos, hecho con las luces crudas de los focos y el sonido monótono de los altavoces y la frialdad uniforme de los empleados.

Uno echa cada vez más de menos las pequeñas tiendas de ultramarinos, las librerías abarcables, las zapaterías y los mercados, las panaderías y los cines de verdad; uno se siente aún más desconcertado que aquel hombre del poema de Neruda: "Por eso el día lunes arde como el petróleo/ cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,/ y aúlla en su transcurso como una rueda herida, y da pasos de sangre caliente hacia la noche. / Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,/ a hospitales donde los huesos salen por la ventana,/ a ciertas zapaterías con olor a vinagre,/ a calles espantosas como grietas./ Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos/ colgando de las puertas de las casas que odio,/ hay dentaduras olvidadas en una cafetera,/ hay espejos/ que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,/ hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos./ Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,/ con furia, con olvido,/ paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,/ y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:/ calzoncillos, toallas y camisas que lloran/ lentas lágrimas sucias". Sí, así y peor que así es como puedes sentirte dentro de las macrotiendas, de los hipermercados, de los burgocentros: hay tantas cosas juntas, es todo tan desmesurado, tan impersonal, tan monstruoso. Qué extraño, recorrer estos pasillos, ir de un lado a otro, dejarte llevar igual que si fueses Jonás en el vientre de la ballena.

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