MANOLO LEIVA CANTAOR "En América es difícil que te digan olé en mitad de un cante"
La azarosa vida de Manolo Leiva (Málaga, 1924) está llena de teatros, países y cantes. Desde que, a los siete años, debutó en el Café de Chinitas cantando fandangos, todo ha sido puro viaje, de Francia a Marruecos, de Canadá a México, de L"Etoile al Waldorf Astoria, con la maleta cargada de malagueñas, buen ánimo y sorpresas. Como ésta: se fue tres semanas a los Estados Unidos y se quedó treinta y siete años. Por eso vive en Washington, donde sigue cantando flamenco en clubes, teatros y restaurantes, sin cansarse, aburrirse ni jubilarse. ¿Para qué, si la voz y la salud le acompañan? Ahora, en premio a su dedicación y a su arte, le han dado la medalla al Mérito en el Trabajo. Pregunta. ¿Cómo aprendió a cantar? Respuesta. En Andalucía se escucha mucho cante. Y yo, de tanto escuchar, fui asimilando. Cuando estaba en Madrid había un cantaor flamenco muy bueno que se llamaba Juanito Mojama. Mi representante le habló para que me enseñara la caña, que es un cante antiguo por soleá. De él aprendí; siempre de los mayores se aprende. También me enseñó Miguel Borrull, que era guitarrista, y que con mucha paciencia y la poquita voz que tenía me perfeccionó el cante de malagueñas. Él no cantaba, pero siempre sabía a donde iban a parar los tonos. P. Ha cantado en los locales más lujosos del mundo. ¿No le imponía? R. Una vez pasé mucho miedo, pero no por eso. Fue en Vancouver, en Canadá. Estuvimos en la inauguración del teatro Queen Elizabeth, y venía la reina. Cuando llegamos al teatro había en el escenario un coro de 200 personas, cantando el himno. Luego salíamos nosotros. Yo me vi solo, y pensé que después de tantas voces sólo se iba a oír la mía, sin micro ni nada... Me dio un poco de respeto. Pero salió bien. P. ¿Nota diferencias entre el público español y el americano? R. Sí. Aquí se nota la calor del público cuando le llega el cante. En América también llega la calor, pero no tanto. Es difícil que te digan olé en la mitad del cante. Pero saben escuchar y les gusta. Siempre llenan los teatros. Aunque no entienden las palabras, saben que hay un algo en el flamenco, algo grandioso. P. ¿Cómo ha evolucionado el flamenco en estos años? R. El cante puro flamenco no evoluciona. Ahora hay muchos que lo están estropeando con las cajas, con las flautas... Para cantar flamenco lo único que hace falta es una guitarra y un buen tocaor. Lo demás sobra. Se desvirtúa el cante, se echa a perder. Y al que le gusta el flamenco, le gusta, y al que no le gusta, aunque le pongas una banda de música, da igual. P. ¿Qué hace para mantener la voz? R. Me la cuido mucho. Me quité de fumar, que el tabaco es muy malo, y antes de cantar me tomo una copita de manzanilla para aclararme la garganta. Un poquito, sin abusar.
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