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Un venezolano enamorado de la luz

El venezolano Tomás Solórzano sabe muy bien lo que significa ver mundo. A los 30 años le había dado la vuelta tres veces. ¿Qué secreto o esencia guarda la Comunidad Valenciana y, en concreto, Alicante, para que este viajero inquieto la haya elegido como el puerto desde el que no espera partir? Tomás es fotógrafo y lo ve muy claro: la luz. "La gente siempre habla maravillas de la luz del Caribe, pero en el Caribe lo que hay es un solazo que te cagas. No hay ninguna luz como la del Mediterráneo", asegura. Tomás llegó a España en diciembre de 1989. Su primer año lo pasó en Madrid y después fijó su residencia en Alicante. "Mi caso es atípico, porque normalmente el que viene de allá es porque está jodido, pero yo en Venezuela tenía mucho trabajo y ganaba mucho dinero", cuenta. Tras pasar ese año sabático en Madrid, que aprovechó para ser testigo del paso de las cuatro estaciones, llegó a Alicante para descubir "la luz más bella del mundo". Esta fascinación de fotógrafo y la circunstancia de encontrar un trabajo nada más llegar le ayudaron a decidirse por la Comunidad Valenciana. "Yo de Alicante ya no me muevo", asegura. La estancia en Madrid le sirvió también para poder ahora establecer algunas diferencias entre los españoles de distintas zonas: "El madrileño es informal hasta decir basta, nunca llega puntual a una cita y te puede dejar plantado sin sentirlo. El catalán, sin embargo, es muy formal, muy puntual y muy cumplido. El alicantino no es informal, pero sí un pelín impuntual", enumera. Su enamoramiento no le ciega hasta el punto de no poder emitir una crítica constructiva. "En Alicante capital debería hablarse valenciano, porque es un idioma muy musical y muy bonito y es lamentable que no se hable", dice. Casi una década en Alicante le permite a Tomás erigirse en testigo de sus cambios. "La ciudad ha cambiado la fisonomía urbana, aunque quizá se han descuidado algunas infraestructuras turísticas", expone. Tomás también ha notado un cambio a nivel social. "La gente es más tolerante. Se ven muchas parejas que han adoptado niños de otras zonas y otras razas", señala. Lo que más le gusta. La luz y la gente. "Y el mar", añade, por la posibilidad de tenerlo al lado siempre. "Te vas a dar un paseo por la playa, le das los buenos días y él te contesta con una ola", dice. Lo que menos. Tomás es muy feliz en Alicante. "No he encontrado situaciones negativas. He vivido situaciones de racismo con dos idiotas que son los mismos idiotas racistas y xenófobos que un español se puede encontrar en Caracas", expone. Se esfuerza por buscar algo que le moleste y sólo puede pensar en los excrementos de perro que minan las aceras. "Sería injusto decir algo negativo, porque todo lo que he encontrado ha sido bonito", concluye. Lo que más le chocó al llegar. El envejecimiento de la población española. "Me impactó bastante encontrar tante gente mayor. No hay gente joven en España", argumenta. Una sorpresa que se entiende cuando cuenta que en Venezuela la media de edad ronda en torno a los 25 años. Así nos ve. Cuando llegó a Alicante, alguien de la ciudad le dijo que sus habitantes le aceptarían al principio y después se olvidarían de él. "Yo dije que no podía ser así y lo mantengo", señala Tomás, que presume de haber labrado al poco de llegar fuertes lazos de amistad que todavía perduran. Aunque reconoce que los venezolanos son más abiertos, tampoco puede afirmar que los valencianos sean gente cerrada. "Supongo que se debe a que viven de cara al mar", resume.

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