Más estrellas que en el cielo
ALBERTO FUGUETEs de noche y la luz que nos rodea fluctúa entre un púrpura Agfa y un índigo Fuji. Hay algo irreal en el cielo, casi como si todo fuera una puesta y la noche fuera americana. De alguna manera lo es. Americana, digo. Día por noche. Day for night. Filmar de día para que parezca de noche. Pero se nota, siempre se nota. Eso es lo malo de los trucos, de mentir. La luna no proyecta sombras así, el mar nunca refleja tanta luz. O quizá. Esta noche es una prueba. La luna está llena, amarilla Kodak, con acné y pus, y yo veo sombras. Mis sombras. Las veo por todas partes.
Estamos en un Denny"s con pretensiones estéticas. Edward Hopper meets David Hockney con un twist de Tim Burton para darle sabor. Los dos estamos apoyados en esta barra, sentados sobre barstools de cromo. Denny"s es un family coffee shop. Las fotos de los platos están impresas en unos menús de plástico. En los Denny"s no sirven alcohol, sino café. Café a la american-white-trash. Jugo de paraguas decaf. Nada de starbucks, skim milk capuccinos, espresso with panna. Denny's es Denny's, no importa que sea el Denny"s de la ultra-in, todo-pasando Sunset Strip. Aquí ofrecen desayuno gran slam las 24 horas del day.
-Can I have a refill? -le pide Gregory a la mesera, una chica moreno-canela, crespa, caderuda.
El inglés de Gregorio, alias Gregory, es de british school, perfeccionado con más tiempo de lo recomendado en Manhattan. Mi inglés es más: "Yo quiero Taco Bell".
-Las veces que tú quieras, honey. All you can drink.
-Thanks -le responde molesto, seco.
Coloco el tocino debajo de los dos huevos y, con un trozo de tostada, intento armar una cara que sonría, pero el mono me queda triste, dubitativo.
-¿Cómo supo, macho? En New York siempre me preguntan si soy francés, italiano. A lo más español. ¿Te parezco hispánico? ¿Tú crees que estos rasgos son de latino?
Durante la ceremonia llovió, pero ahora el cielo está despejado y tiene más estrellas que las que brillan en la tierra. Por toda la ciudad hay focos que iluminan la noche. Es como el logo de la Twentieth Century Fox. Idéntico. Todo huele a jacarandás y magnolias, creo, algo intenso y tropical y exótico, como bailar con una chica sudada que estuvo estrujando naranjas.
Miro a través del inmenso cristal: el tráfico está detenido, pero pulsa y respira como un sacerdote que acaba de tomar éxtasis. Elei, Los Ángeles, California.
Las limusinas en fila forman una suerte de tren que paraliza todo Sunset. En la pequeña playa mediterránea de estacionamiento hay un Jaguar convertible color key-lime, mi destartalado Mustang cubierto con el polvo on-the-road del viaje y tres limusinas eternas con los vidrios polarizados.
Son las cuatro de la mañana y hay limusinas en todas partes. Ingresa un centroamericano a vender la edición extra del Hollywood Reporter. Ya sé quiénes ganaron. Estuve ahí, detrás del escenario, tomando fotos; cerca, pero no lo suficiente.
-Si algún día te ganaras el Oscar, macho, ¿qué dirías?
Me fijo en que al otro lado de la barra hay un grupo de chicas menudas, japonesas, ojos tipo animation, Shonen-Knife, con carteritas de plástico y cámaras digitales. Nos miran. Cuchichean como calcetineras. Al lado, sentadas, succionando malteadas, descansan dos gringas, menores de edad, PG-13, material Aaron Spelling, 90210. Nos miran fijamente. No están nada mal. Nada mal.
-Yo no nombraría Chile -sentencia Gregory- ni cagando.
¿Yo qué diría? ¿A quién le agradecería? "Quisiera rendir tributo a todos los grandes cinematógrafos hispanos que han iluminado las historias de Hollywood con otro filtro. Este Oscar también es de Néstor Almendros, Gabriel Figueroa, Juan Ruiz-Anchía...".
Las chicas japonesas, me fijo, comienzan a fotografiarnos.
-Deben de creer que somos famosos, macho. Hice bien en peinarme con gel.
Una de las Beverly Hills le susurra algo a la otra y luego me muestra su lengua teñida de azul.
-Si me ganara uno, macho -insiste Gregory-, me subiría a mi limu y una de estas chicas sashimi, que estaría como loca, mojada, me bajaría el cierre y comenzaría a chuparme tanto el cabezón como mi primer Oscar. ¿Qué tal, macho? Linda idea, ¿no?
Mi frac lo arrendé en Rent-a-Tux, un local armenio de Los Feliz. Lo devolveré más tarde, cuando amanezca y maneje de vuelta a Atlanta. Dos días de camino, todo Tejas entremedias.
El frac no me sienta como le sentó esta noche a Lázaro Santander. Lázaro Santander fue compañero nuestro, Lázaro perdió el Oscar al mejor documental corto, Lázaro tuvo que pagarse el pasaje desde Santiago. Le consiguieron un solo asiento, así que tuvo que ir alone. Tampoco tenía con quién ir. Aun así, es el primero de nosotros en lograr algo así.
El corto de Lázaro es sobre la isla de Pascua. Capturó en celuloide a un grupo de fotogénicos nativos surfistas-guerrilleros, apoyados por el MIR, que desean liberar a Rapa Nui de la tiranía chilena. Pocas películas-políticamente-correctas-extranjeras han sido nominadas en esa categoría. Eso es indesmentible. En Santiago armaron un gran barullo. Dos diarios enviaron a gente, hubo corresponsales de la televisión.
El documento corto que ganó fue de un kosovo-americano de Berkeley. Lázaro participó en una mesa redonda en la sede de la Academia a la que asistió poca gente. Nosotros fuimos. Luego almorzamos con él en un local de la playa de Santa Mónica. Lázaro nos contó que logró juntarse con productores, hacer network, intercambiar e-mails. Tiene serias posibilidades de que le financien un guión. Gregory lo leyó e insiste en llamarlo Querida, secuestré a los niños, pero no se lo dijo, se quedó callado. La historia es de dos chicos, hijos de un militar, que descubren, de adolescentes, que sus padres fueron activistas asesinados durante la guerra sucia.
-Mírale las gomas a la gringuita, macho. Vas a tener que serle infiel a tu negra, man. Esto viene duro. Durísimo.
Por los parlantes de Denny"s suena música disco.
-Esta noche es como disco -le comento a Gregory antes de sorber mi agua con demasiado hielo. Me fijo en que tiene gin. El gin de la botella azul que se robó de una de las tantas fiestas a las que no pudimos entrar. Lázaro nos dijo que iba a tratar de ponernos en la lista de la fiesta de Miramax en Spago"s. No fue así. Gregory luego intentó colarnos a la de Vanity Fair. Fuimos expulsados por un guardia del hotel Mondrian. Drew Barrymore se nos quedó mirando atónita, apenada.
-Sí, macho, muy boogie nights, muy last dance.
El frac de Gregory se lo compró a un dominicano que cubría la vida social de Manhattan para una revista del corazón de Miami. Es de un diseñador muy trendy. Gregory dice que es una inversión, que el tuxedo lo podrá usar más adelante cuando le toque asistir a galas y festivales.
-Qué ganas de coger un poco de merca. En eso, macho, los States son una mierda. Lo único bueno de Santiago es lo barata que es. Quédate acá. Ni intentes regresar, man.
-Renové contrato con Turner, conseguí green card, Takeesha quiere que arrendemos una casa. Me quedo.
-Haces bien, macho. Chile es como la criptonita: te acercas y pierdes todas tus fuerzas; te destroza.
Gregory estudió cine en la escuela conmigo y con el resto del grupo. Junto a Lázaro filmamos un corto que participó en La Habana. Gregory y Lázaro completaron uno gore que llegó a Avoriaz. Gregory luego se fue a NY a seguir estudiando cine. Ahora vive en Brooklyn, Williamsburg. Es corresponsal para un par de publicaciones suramericanas. Trabaja en Kim"s, un videoclub alternativo. Asiste a cursos. Escribe guiones. Acepta los depósitos de su familia.
Yo me fui a Miami, donde don Francisco, de productor. Soporté dos años. Luego me ofrecieron producir segmentos noticiosos para CNN en español, en Atlanta. Ahí estoy, bien, no me quejo. No me quejo.
Lázaro se quedó en Chile. Hizo más cortos, documentales, puteó con la publicidad. Filmó Pascua en la isla. Fue nominado a un Oscar.
La mesera nos recoge los platos.
-¿Desean algo más?
-Some more coffee will be nice -le dice Gregory, irónico. Un anciano se sienta junto a nosotros. Su mano le tiembla.
-Yo deseo un jugo de arándano.
-¿De qué?
-Cranberry.
El Denny's está más vacío. Las japanese-girls comparten un plato de panqueques. Las americanas nos siguen mirando. Una de ellas nos guiña. Los dos le respondemos. -Viene para acá, macho. Mira cómo se le mueven.
Su T-shirt dice "Lost in Place". Masca chicle. Se toca el pelo.
-Can I, like, ask you guys something?
-Sure -le dice Gregory-. What"s your name?
-Kelly.
-Nice name.
-Are you guys like driving somebody famous? Gregory no le responde. Le quita la mirada. Se funde.
¿Que si somos los chóferes de alguien famoso?
La chica insiste: ustedes manejan esas limusinas, ¿no? ¿Quién está dentro? ¿Es posible conocerlo? Estaríamos dispuestas a cualquier cosa, aclara. Cualquier cosa.
La otra amiga se acerca.
-No -le responde Gregory-. We are with the Chilean delegation.
-What?
-La delegación chilena -le dice-. Lázaro Santander, best film in another language. Does it ring a bell?
-No -le responde la gringa-. Was he on TV?
-With Susan Sarandon.
-I love her -exclama.
-Acutally -agrega-. I"m Lázaro Santander. I directed the movie.
-Wow! Nice to meet you. Hi. This here is Heather.
La mesera se acerca. Nos mira. Nos rellena los cafés. No me sirve el jugo de arándano. Pienso en Chile, en lo lejos que está, en la criptonita, en Atlanta. Pienso que ser fotógrafo no es lo mismo que tomar fotos. Sorbo el café: frío, mediocre, aguado.
Un salvadoreño bajito comienza a mopear el piso. Las japonesitas ya no están.
Pienso en el verdadero Lázaro Santander, el que se quedó en casa. ¿Dónde estará? ¿Con quién habrá conversado esta noche? ¿Qué direcciones electrónicas tendrá que nosotros nunca lograremos tener? Fuera está comenzando a aclarar. Ya no hay más estrellas en el cielo, me fijo. Tampoco limusinas. Sólo buses, un par de taxis, esos camiones que reparten pan, que reparten leche.
El último libro publicado de Alberto Fuguet es Por favor, rebobinar (El País/Aguilar)
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.