En el calor del bolero
Clara Serrano se gana el verano amenizando con sus boleros las copas y las cenas en un café madrileño
Clara, como en el verso de Neruda, es morena y ágil. Clara, como decía el clásico más cursi, tiene el pelo como ala de cuervo. (Pero es verdad que lo tiene). Clara, como Amanda, tiene ancha la sonrisa. (Y también es verdad, qué vamos a hacerle).La voz de Clara sabe / suena igual que un ron moreno justo en el momento en que se empieza a olvidar el porqué de cada trago. Clara Serrano canta boleros, valsitos peruanos, rancheras tristes, milongas, cuecas, zambas... Clara Serrano ha estado -está- todo el verano cantando por las noches -martes y miércoles- en el Ducados Café. Oye, como en las películas: moviéndose entre la gente, sonriendo, diciéndote sólo a ti eso de "cuando tú te hayas ido, me envolverán las sombras". A ti solo.
Clara Serrano nació en Madrid, en la clínica San Camilo, en Juan Bravo, aunque sus padres siempre han vivido en Villatobas, en Toledo.
-¿Y qué años pongo que tiene usted?
-Ponga usted que tengo... 28, que, además, es verdad. Son seis hermanos. Todas chicas, menos el de en medio.
-Pobre...
-No crea. Ha salido un chico maravilloso.
Clara Serrano se acerca, despacio, a una mesa. Hay un ruidoso grupo de chavales. "Te vas porque yo quiero que te vayas. / Y a la hora que yo quiera, te detengo". ¿Quién va a irse en esas condiciones? Venga, hombre. Los muchachos, desde luego, no. Los muchachos se ríen turbados, hablan alto, se dan terribles palmadas que derribarían a un legionario.
De niña, en el pueblo, recuerda que una de sus hermanas -ella era la más pequeña- la cogía en brazos y le cantaba boleros, coplas de amor y de abandono, de mucho llorar, mientras bailaba al son de la radio familiar. "De esas cosas debe de venirme esta afición a cantar, digo yo".
De niña -confiesa-, siempre quiso ser la protagonista. Su madre, muy aficionada al teatro, hacía representaciones en el pueblo. "Por eso, cuando canto, me parece que interpreto. Para mí, cantar es un actividad teatral".
Habla Clara Serrano, todavía con la maravilla prendida en la voz, de aquel baúl lleno de trajes de carnaval, de disfraces fantásticos, de telas de colores como chispazos de estrellas. Trajes de princesas, de hadas, de imposibles pastoras, de brujas buenas y demonios de bellísimos pecados.
-Yo quería ser la protagonista. Pero mi padre me daba los peores papeles.
"Estoy en el rincón de una cantina, / oyendo la canción que yo pedí". Casi, casi, como en la canción de José Alfredo. En el calor del bolero, una pareja se anima y pasa del abrazo al baile en un suspiro. Una mujer hermosa y alargada pide que le canten a ella y a su pareja Piensa en mí. La guitarra de Rolando Beluzán, que acompaña la voz de Clara, ataca, dulce y dolorida, la tristeza de sus notas.
-A veces viene la misma gente. Pide las mismas canciones. Vienen solos o en grupos. Escuchan. Se van. Cada uno tiene su canción. ¿Cuál es el verso que une a esa pareja? ¿Esa vida que "para nada, para nada la quiero sin ti"? O aquello de tu "párvula boca que, siendo tan niña, me enseñó a pecar". ¡Ay de esa belleza sin perdón del pecado!
Clara Serrano se licenció en económicas -"acabé la carrera por amor a mis padres"-, y un día, en "aquellos años verdes", conoció a Javier Bergia, un cantautor cuyos discos Clara ha llenado con su voz. Lo demás, como todo, es historia. En invierno canta en el Rincón del Arte Nuevo. Es otra cosa. Y tiene también otro encanto. La gente va al Rincón a escuchar. No es mejor ni peor que esto. Es otra cosa. Clara, además, ha colaborado en discos de folclor y prepara ya sus propias canciones. Letras suyas, música de Luis Mendo. ¿Cómo son tus letras, Clara? "Son sentimiento, cosas mías".
-Pero ¿se puede vivir de cantar boleros?
Se ríe Clara.
-Anda. Claro que se puede. ¿No me ve a mí?
-¿A que no sabe usted que en este café había antes un banco? Este café, el Ducados Café, es una venganza. O casi. O uno prefiere pensar que lo es. En una ciudad en la que los bancos han ido derribando, venciendo a los cafés, de pronto, un café se alza sobre los protestos y las letras, el débito y el crédito, el tenedor y el impositor. Desaparecen las ventanillas de pagos y de cobros y el local se llena de mesas para hablar de amor, para escuchar historias de abandonos y tristezas, las vidas de otros -y la de cada uno- hechas canciones, boleros, tangos... Que los dioses le den larga vida. ¿No lo sabía, Clara?
-No. No lo sabía. Pero es bonito, ¿no?
Pero ahora ella canta. Se mueve entre las mesas. Dice: "Ya no estás más a mi lado, corazón. / Y en el alma sólo tengo soledad". Que es lo que todos queremos decir, pero que no nos sale. Referirnos a esa "vida tan oscura". Y a aceptar que "sin tu amor no viviré". Clara canta: "Una razón para quererme / o para olvidarme". Ya ves, tan fácil y tan difícil de expresar. Tan parecido y tan extraño.
Y ya, al filo de la medianoche, Clara se despide. Dice adiós a todos. Bromea. Sonríe. Canta: "Ojalá que te vaya bonito". En la calle empiezan a caer, calientes y gruesas, cuatro gotas de lluvia. -Muchas gracias, Clara. Muchas gracias. Ojalá, Clara.
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