Marion Jones recibe la factura
El cuerpo de Marion Jones dijo basta. Demasiadas carreras, demasiadas exigencias, demasiada presión sobre una chica de 23 años. En la semifinal de 200 metros, cayó en la recta después de llevarse la mano a la espalda. Se quedó tirada en la pista ante los ojos atónitos de los espectadores, que habían llegado a creer que Marion estaba hecha de acero. Un tirón muscular la dejó fuera de combate. En el estadio se hizo el silencio ante la desgracia de una atleta maravillosa, invencible en las carreras de velocidad. Pero el cuerpo de Marion lanzó ayer un aviso que tendrá que ser recogido por su entrenador, por su agente, por todos aquellos que pretenden llevar a Marion Jones fuera de los límites que acepta el organismo humano.Durante los tres últimos años, Jones se ha exprimido como pocos atletas. Ha corrido y ha saltado, ha comenzado a competir demasiado pronto, en Suráfrica, en las pequeñas reuniones que se celebran en Estados Unidos a finales de abril y en mayo. Y lo ha hecho en todas las grandes citas de verano en Europa, en un dispendio excesivamente generoso de sus reservas físicas. Tres años como un tiro, destinada a ganar por sus colosales condiciones, pero también sin el aprendizaje que se necesita para poner fronteras a la fatiga. Poco antes de comenzar los Mundiales, Michael Johnson lanzó un sabio mensaje: "Sólo corro si estoy en perfectas condiciones. Si advierto el más mínimo desarreglo en mi cuerpo, abandono. No quiero poner en peligro mi carrera deportiva". Johnson ha aprendido lo que significan los rigores de la competición. Por ello está punto de alcanzar los 33 años en una condición excepcional. Marion Jones ha corrido durante estos tres años como una potranca sin freno, sin calibrar la factura de sus extenuantes temporadas.
En Sevilla no había descansado un solo día. Había intervenido en siete carreras y saltado en nueve ocasiones. Alguien debió decirle que el salto de longitud actúa como un asesino silencioso. Marion no está acostumbrada a saltar. No tiene la técnica ni el entrenamiento que se requiere para dominar una prueba temible. La longitud es traumática por naturaleza. Necesita de un cuidado exquisito, de lo contrario la espalda y las articulaciones sufren descompensaciones brutales. Marion se lesionó la rodilla en una competición de salto de longitud en Durham, en mayo. Sólo había saltado dos veces más antes de acudir a Sevilla. Perdió en ambos casos. No es su especialidad natural. Se la ve forzada y muy probablemente las consecuencias se apreciaron ayer.
En la lesión de Marion Jones se observa la metáfora del codicioso deporte profesional. La estadounidense dispone de una naturaleza que la hace casi insuperable. Durante los últimos tres años no ha perdido una carrera de 100 y 200 metros. Ha ganado sin reservarse, en una sucesión frenética de competiciones, frente a rivales que le han exigido esfuerzos sobrehumanos. Con una característica añadida: su propia voracidad, el deseo de explorar territorios desconocidos para las demás. Además de admirable, Marion Jones es una mina. Se habla de ella sólo en cifras. Que si cuatro medallas de oro, que si cinco en Sydney, que si los récords, que si el millón de dólares de la Golden League. Pero su cuerpo comenzaba a emitir señales inquietantes. En Zúrich pareció fatigada. En Sevilla luchó sin desmayo frente a sus deficiencias en la clasificación y la final de salto de longitud. Ahora le llegaba la hora del 200. Y el cuerpo dijo no.
La fulminó un latigazo en la espalda. No estaba corriendo bien la semifinal. Había cubierto la vuelta con alguna dificultad, producto de su falta de eficacia para controlar la fuerza centrífuga que la obliga a hacer un esfuerzo bestial. No corre bien las curvas, ni salta bien. Pero es tanta su calidad que no hay obstáculos que la detengan. Sin la ayuda de la técnica, Marion Jones es una explosión pura. En la semifinal pareció escasa de energía a la salida de la curva. El cuerpo comenzaba a rebelarse. No se veía una zancada fácil: varias atletas se habían situado a su altura. Al paso por los 120 metros se llevó la mano al costado y cayó al suelo. Su marido, Cotrell Hunter (campeón mundial de lanzamiento de peso) golpeó con rabia un pupitre en la tribuna y se lanzó como un huracán hacia la pista. Marion estuvo tendida hasta que llegó el personal sanitario con una camilla. Desde allí fue trasladada al centro médico situado en la zona de llegada de los atletas. Según informa Diego Torrres, Marion entró en camilla dentro de la carpa, rodeada de su guardia de corps: su marido, su entrenador y su agente, Charlie Wells, que al poco se dirigió a los periodistas para comunicarles que Marion deseaba ser atendida por un médico de confianza. "Marion sufre un tirón en la espalda", dijo.
Los delegados norteamericanos se movían nerviosos y conversaban con sus médicos. Primo Nebiolo, presidente de la federación internacional, lamentaba la desgracia de Marion, informa Carlos Arribas, porque iba a proclamarse la reina de la velocidad en Sevilla. "Pero los mundiales", advirtió Nebiolo enseguida, "seguirán siendo grandes" sin ella.
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