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Puñales

DE PASADASería un error si la alcaldesa Celia Villalobos y su concejal de Seguridad, Manuel Ramos, contemplaran como hechos aislados y sin trascendencia los siete apuñalamientos que han salpicado la alegría recurrente de la Feria de Málaga. No tanto por la estadística, que en este caso daría un tanto por ciento despreciable al compararla con el número de relaciones amistosas que se gastan los días de festejo, sino por el aviso que semejante dosis de violencia juvenil encierra. Cualquier habitual de las noches entre bares, pubs y discotecas del centro histórico de la ciudad sabe cómo la violencia lleva más tiempo de la cuenta imponiéndose como idioma en ciertos locales nocturnos. No es alarmismo: es realidad. No hace falta que Málaga se llene de metralletas para aceptar que se tiene un problema. El problema descansa en la concepción que del deber público tienen tantos políticos, algo a lo que quizá hemos ayudado todos. Cualquier alcalde sabe que su mandato se sustenta en el apoyo de los electores. Y pocos se atreven a meter mano en los locales nocturnos: removiendo la pasta, la mierda puede llegar hasta el techo. En los primeros noventa, Pedro Aparicio se atrevió a cerrar algunos locales -normalmente los que nada tenían que ver con los problemas- y sus dueños movilizaron en dos manifestaciones a los jóvenes, que se tragan una penosa situación laboral, pero que consideran intolerable adelantar el toque de retreta para soplar cucarachas y cerebros, dos especies de chupitos con cierto éxito. Los políticos no se atreven con las mafias, la policía -palabras de un inspector malagueño- se queja de que son "cuatro gatos". Muy pocos nombres controlan muchos pubs, restaurantes y discotecas del centro de Málaga. Un negocio que ha crecido en pocos años de forma sorprendente si se compara con los beneficios que un bar de barrio familiar aporta. Muchos de estos locales carecen de licencia de apertura. Y soportan estar vigilados por cócteles subhumanos de testosterona, anfetas, complejo de inferioridad, ninguna oportunidad laboral y fácil puñetazo: son, a su vez, camellos asociados a redes de tráfico de pastillas y cocaína sin control de calidad, que, a su vez, están controlados como consumidores por los traficantes. Siete reyertas y un muerto no son mera casualidad: son una consecuencia. Los puñales se afilan y les ponemos gueto. El peor ciego no es el que echa la pota, sino el que mira hacia otro lado por un puto voto. HÉCTOR MÁRQUEZ

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