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Especialización

JUSTO NAVARRO Han llegado a Sevilla los mutantes atléticos: cuerpos monstruosamente trabajados para saltar y correr y lanzar pesos monstruosamente, seres trucados por el entrenamiento y el laboratorio. No digo que sean como aquellos coches a los que se les bajaba la suspensión, se les sacaban las ruedas, se les cambiaba un cilindro y eran atravesados por tubos y chapas que los acorazaban. Los astros del atletismo se parecen más al unicornio, la sirena, el centauro o la gorgona. No tienen un cuerno en la frente, ni cuerpo de caballo o pez, ni cabellera de culebras, pero parecen expositores de musculatura: uno de esos muñecos didácticos que sólo son músculos y nervios y tendones. Se cubren con uniformes de competición tan trabados y diseñados como los propios atletas: tejidos aerodinámicos y biosintéticos, zapatillas que vuelan y a la vez se agarran prodigiosamente al tartán. El atleta se confunde con su mono de trabajo, y no sé si cabe decir que atleta y vestuario pertenecen a distintos departamentos de una misma oficina dedicada al diseño de material de competición. Me figuro que la especialización de los atletas decide la forma de sus cuerpos y también la forma de su ropa: músculos de fondista o velocista, ropa de saltador o corredor o lanzador. La construcción del atleta perfecto traspasa la camiseta, la musculatura, el esqueleto, y, a través de los órganos y los tejidos, llega hasta las destilaciones delicadas de la química, fuente de placeres y dolores para la carne y para el alma: estos especímenes atléticos e irreales son una trama de realidades microscópicas encarnadas en mastodontes o escuetos cuerpos de marchador, seres construidos según las necesidades de la prueba en la que compiten. Quizá la historia de la humanidad en el último siglo se entrevea comparando la foto del mejor corredor de 200 metros en 1920 y la foto de Michael Johnson, hoy plusmarquista mundial de la distancia. Johnson se queja: además de correr de un modo imposible (cada zancada suya parece un arrebato fulminante), ha de ser simpático y firmar autógrafos a los niños. A Johnson lo torturan sus piernas milagrosas, campo de experimentación de fisioterapeutas que reajustan engranajes entre la columna, la pelvis y el cuádriceps, siempre pendientes de la farmacología, porque existen reglas químicas más severas que los reglamentos olímpicos. Quizá la capacidad del ser humano para especializarse y adaptarse a distintos objetivos se intuya comparando a Johnson, de Tejas, con Fancisco Fernández, de Guadix, as de los 20 kilómetros marcha, esa prueba espasmódica y mecánica como una dolorosa manía, que consiste en correr sin correr, paradójicamente, andando. Este atletismo es una imagen moral del mundo realmente real: los mejores son especialistas absolutos. Los mediocres y los mediocremente malos tienen que estar dispuestos a trabajar en lo que sea. Se oye mucho en el mundo real: - El que quiere trabajar encuentra trabajo en lo que sea. Y los sometidos a la Lógica de Lo que Sea abren agujeros, limpian pozos, suben a un andamio, se asfixian en un pozo de Marbella o Deifontes, los aplasta una plancha metálica en La Línea, se caen del andamio en Sevilla o se electrocutan en Alhaurín de la Torre.

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