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El mundo que gira

ENRIQUE MOCHALES Nos reímos porque no nos queda más remedio. Ya se sabe que hay que tomarse las cosas con sentido del humor. De todas formas, algún día nos iremos todos a tomar por el culo, se nos caerá la estación Mir en el patio de nuestra casa, llegará un meteorito, la luna se desplomará, lloverá fuego, los océanos se teñirán de sangre y todas esas cosas. Qué más da. Estamos acostumbrados. El fin del mundo se nos hace familiar. Las bombas atómicas ya no nos impresionan, porque hace mucho tiempo que no las hemos visto funcionar. Y dan ganas de probarlas sólo para ver qué pasa. El mundo camina desde hace tanto tiempo en la cuerda floja, que nada nos hace temblar, como no sea el simple frío. Frío indiferente ante los hipotéticos cataclismos. Nos sentimos seguros porque Pakistán e India parecen muy lejanos, y ni por asomo nos hemos planteado lo que sucederá el día en que muchos otros países dispongan de arsenal nuclear como quien lleva un tirachinas en el bolsillo trasero del pantalón. El día, no muy lejano, en que todos seamos capaces de destruirnos a todos en cadena. Su Apocalipsis está servido, señores. Está claro que hay fines del mundo para dar y regalar. Cada potencia nuclear es un potencial jinete del Apocalipsis, y cada día habrá más. La pasada noche del 11 de agosto yo brindé por el fin del mundo con alegría. Entonces pensé que el fin del mundo no me preocupaba, no soy uno de esos que se encierran en un búnker rodeado de conservas, ni he pensado nunca en fabricarme un refugio nuclear en los sótanos de mi casa. Pero otros gustan sin embargo de recrear el fin del mundo y el Gran Cataclismo ha sido un filón para Hollywood, que consideró que la amenaza debía venir de allá afuera. El Armaggedon pasó a ser una atracción de feria que entretuvo nuestro ocio. Queríamos ver el fin del mundo con nuestros propios ojos y proliferaron las películas sobre el evento. Nos encantó vernos morir, a pesar de lo malas que eran las condenadas películas. Pero nuestras ruinas quedaron favorecidas. Fue aquél un fin del mundo regado de palomitas, un producto de consumo para toda la familia. Envuelto en un cambio de milenio y la proliferación de profetas como el bueno de Paco Rabanne, que siempre está a la moda. Dicen que Nostradamus predijo un gran incendio en París, y que, como dicho incendio no se produjo, el propio Nostradamus incendió la ciudad con ayuda de unos sicarios. Nostradamus era un tío práctico, al fin y al cabo. Fue ese otro de sus fines del mundo. Pero es que fines del mundo los hay a trillones. Todos tenemos uno asegurado al final de nuestros días. Cada noche es un fin del mundo. A veces cada mañana es un Armaggedon. Una amiga que trabaja de enfermera en un hospital me contó el caso de un enfermo terminal que le confesó que tenía esperanzas de que el mundo se acabase. El señor X era un viejecito que caminaba por los pasillos del hospital enganchado a la botella de suero. AquEl hombre le dijo que le daban igual los demás. Que no tenía a nadie en el mundo, y que se estaba muriendo como un perro. De modo que no le importaba que la humanidad entera desapareciese. Era un tipo sincero. El caso es que ese mismo 11 de agosto, el viejo murió de madrugada. Diríamos que se eclipsó en el día señalado, dejando al personal de la planta ligeramente aturdido a causa de la dramática coincidencia. Su cama vacía fue ocupada por otro que también esperaba el fin del mundo. Y así hasta el infinito. Mi amiga la enfermera me contó también que hubo muchos partos durante el día del fin del mundo. Inocentes, los recién nacidos no sabían que el mundo se acababa y decidieron ver la luz en el justo instante en que el eclipse ensombrecía los tejados. A ellos no les importaba porque estaban ciegos. Ciegos y confiados en que la vida seguiría por siempre jamás, aunque el mundo se acabase. Mientras tanto, en Turquía han tenido su Armaggedon particular en un terremoto que ha causado ya más de diez mil muertos. Y, coincidiendo con todo esto, el Papa declara solemnemente que Satanás ha sido vencido definitivamente por Jesucristo. El mundo, indiferente, sigue girando.

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