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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Todos a una

LA MANIFESTACIÓN convocada ayer en Belgrado por la oposición a Slobodan Milosevic no traerá la caída inmediata del máximo responsable de las desgracias del pueblo serbio y de los países vecinos. Pero sí la acerca. Por primera vez desde que, hace tres años, la oposición fuera traicionada por sus líderes, obsesionados por sus ambiciones personales, unos ciudadanos serbios han logrado movilizar a centenares de miles de compatriotas para pedir, pacíficamente, el final de estos diez años del régimen de Milosevic. Fueran ayer 100.000 o 200.000, lo importante es que esta manifestación no puede ser ocultada al resto del país. Durante mucho tiempo Milosevic logró convencer a muchos serbios de que quien estaba contra él estaba contra su patria. Ahora está claro que hay cientos de miles de patriotas serbios que van a luchar contra quienes han hundido al país.La manifestación había sido convocada por un grupo de economistas llamado el G-17, que han elaborado un plan para acabar con el aislamiento de Serbia y acometer su reconstrucción. El primer punto de este plan es, no podía ser de otra forma, la desaparición de Milosevic y su clan como paso previo al desmantelamiento de todo el aparato político-mafioso que ha creado y alimentado durante esta década.

Los manifestantes reunidos en Belgrado ante la sede del Parlamento no eran ya sólo los intelectuales y estudiantes que protagonizaron las protestas de 1996. Estaban presentes todos los sectores de la sociedad y todas las regiones, muchos firmes defensores del presidente hasta fechas recientes. Cuentan con el apoyo de la Iglesia ortodoxa, que hasta hace bien poco nunca se había manifestado abiertamente contra Milosevic. Y han logrado la unidad de acción de los principales partidos de la oposición, incluso de Vuk Draskovic, que en principio había anunciado su ausencia pero finalmente acudió a la cita. Los manifestantes llegados a Belgrado, y muchos que no habrán podido hacerlo por la falta de carburante y de conexiones o por la desesperada situación económica, son la esperanza de que Serbia no entre en una nueva guerra, la quinta, causada por Milosevic. No hay indicios de que la otra parte también quiera impedirla.

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