Veraneos de principios de siglo
RETRATOS"Mi madre, como tenía cuatro hijas, pues tenía que dar cuatro viajes a la orilla de la playa para sacarnos a cada una envueltas en una sábana, porque no podíamos enseñar nada". Antonia Asensio Navarro cumplirá el próximo mes de marzo 103 años. Como hacía a principios de siglo, sigue desplazándose cada año desde el municipio almeriense de Huércal-Overa, en el que nació, hasta las playas de San Juan de los Terreros, en Pulpí, donde la provincia almeriense alcanza su límite con la localidad murciana de Águilas. Ahora ya hace algunos años que Antonia no se acerca al mar. Pasa los días en el chalé de uno de sus hijos, rodeada de nietos y bisnietos. Pero el agua salada y ondulante fue durante el estío de muchos lustros su mayor divertimento. "A mí me ha gustado mucho bañarme. Nos juntábamos los grupos de amigos con guitarras y postizas y el que quería bailaba. Era lo único que disfrutábamos. En aquellos años iba la gente muy derecha", rememora Antonia Asensio. El discurrir de los años ha labrado el rostro de Antonia que, traspasado el siglo de vida, conserva la mirada fresca y la sonrisa presta. Pero, los años no han podido minar los recuerdos de la anciana que aún atesora en la memoria la imagen de aquellos bañadores que ella misma se confeccionaba: "Eran más bien azul oscuro, para que no se conociera nada. Con cintas blancas por el cuello y en los puños de la manga corta". Los bañadores de entonces no dejaban más piel en contacto con el sol que la de los brazos y, por si no bastara el recato que proporcionaba la abundancia de tela, allí estaba la sábana de la madre que corría presurosa a envolver a las hijas en cuanto salían del agua. "Igual que ahora, que la gente lo lleva todo al aire...", ironiza Antonia que no ve con agrado la ligereza de los modernos trajes de baño. Cuando Antonia Asensio comenzó a veranear en Terreros, el cemento sobre el que se levantan las segundas residencias de este turístico núcleo costero no eran si quiera un proyecto de futuro. Entonces se dormía en barracas y las familias se abastecían con los animales que se llevaban del pueblo. La hoy cotidiana estampa de un supermercado repleto de víveres simplemente no existía. "Nosotros nos veníamos 15 días a la playa y a veces íbamos hasta Águilas porque allí había más cosas para divertirse. Cuando pasaban los 15 días, nos volvíamos al pueblo. Mis padres tenían que trabajar en la carnicería y había que cuidar la tierra. Los que podían se quedaban un poco más. Pero no venía mucha gente en aquellos años", rememora Antonia, testigo de la transformación de un erial en todo un complejo turístico. Abandonada la playa, el resto del verano, cuando el trabajo lo permitía, se pasaba haciendo encajes de bolillo y disfrutando del frescor de la noche con tranquilos paseos por Huércal-Overa. Antonia Asensio se casó joven y parió diez hijos, aunque a dos se los llevaron de pequeños aquellas enfermedades de la época. La mujer, que vio un televisor por primera vez cuando su hijo mayor ya estaba casado, recuerda con cariño los veranos de sus años mozos. Pero reconoce que "ahora la gente goza más. Nosotros antes no nos aburríamos, pero tampoco gozábamos porque a las once había que estar recogido".
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