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Reportaje:

El renacimiento del agua

POSTALESEl peligroso contrabandista conocido como El Camisón se curó el mal de San Lázaro -por otro nombre, lepra- dándose baños en las aguas sulfurosas de Carratraca, en Málaga. Luego, dice el cronista, se curó también el mal que le afligía el alma: dejó de ser contrabandista. Tanto cambio en su vida le llevó al convencimiento de que estas eran "aguas santas". Pues muy santamente, con la bendición de un cura que pronunció un breve sermón lleno de referencias acuáticas (el río Jordán, el mar Rojo), se reinauguró ayer el balneario de Carratraca, después de casi un año de discusiones sobre su destino. Los 500 millones de pesetas que se invirtieron en la remodelación de este elegante edificio del siglo XIX ya han dado fruto. Ahora, paradójicamente, el balneario parece más antiguo que antes. En él se ha recreado un ambiente silencioso, fresco, en el que todo parece ir más despacio, a pesar de que los bañistas, envueltos en albornoces blancos, avanzan por los pasillos enérgicamente, como copos de algodón hiperactivos, rumbo a la piscina, a la fuente o a la ducha. Si uno elige la piscina, hay tres opciones. Dos son ovaladas, flanqueadas por señoriales columnas de mármol; uno baja al agua por una escalinata blanca de película de gran lujo. Las piscinas son gemelas y están separadas por un muro; su distribución proviene de los años en que era indecoroso que hombres y mujeres se bañasen juntos. La tercera es cuadrada y humilde, sin adornos. Es la alberca a la que iban los pobres de ambos sexos, que al parecer no tenían problemas con el decoro y que también querían beneficiarse de las propiedades curativas de las aguas. Que son muchas: no sólo sanan las enfermedades de la piel que aquejaban al ex contrabandista, sino otras circulatorias, óseas... "Y además relajan mucho", explica José López, un malagueño de 47 años que ha venido a descansar, y que a estas alturas de agosto ya se ha sacudido todo el estrés del año. Porque las virtudes de Carratraca no se limitan al azufre de las aguas. "El pueblo es estupendo", explica José, "y los productos de la huerta son riquísimos. Sobre todo los tomates", se relame. Hasta ahora nadie ha mencionado que el balneario y el pueblo entero están impregnados de un olor suave pero persistente a huevos podridos. Pero no importa nada. Tal es el atractivo del lugar que al cabo de un rato a uno le gustan positivamente los huevos podridos. Hasta para bebérselos; estas aguas pueden tomarse también así. Ahora mismo hay un grupo de jóvenes probándolas tentativamente y recordándose en voz alta todas las ventajas que tienen, para darse ánimos. Una curiosidad más. Junto al manantial hay una preciosa bomba de cobre y madera que sólo sirve para alegrar la vista, porque el agua brota del caño al pulsar un interruptor blanco como los de la luz. Las modernidades no se quedan aquí. Para el año que viene, está previsto arreglar la parte alta del edificio e instalar saunas, hidromasajes y fisioterapia. Y, según la dirección, los precios han subido sólo ligeramente, "sólo lo necesario para ponerlos al nivel del resto", dicen. A las dos de la tarde, el balneario sigue siendo un remanso de paz. Fuera, en la plaza, hay una feria gastronómica. Calor, comida casera de todos los colores, vino, música de verbena atronadora. Los bañistas aprovechan para resarcirse de tanta calma.

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