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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fracaso en Melilla

La renuncia a su renuncia por parte de la diputada socialista de la Asamblea de Melilla Malika Mohamed paraliza de momento la moción de censura mediante la que el PP y el PSOE, con otros partidos, pensaban desalojar al de Jesús Gil de esa plaza. A la espera de que se resuelvan las dudas sobre la validez legal de tal renuncia, el embrollo continúa. Y cuanto más embrollo, tanto mejor para Gil, cuyo mensaje principal es que hay que acabar con la embrollada politiquería de los partidos tradicionales. Jesús Gil, como muchos representantes de su partido, es conocido por su facilidad en compatibilizar la política con los negocios. Con sus poco más de 60.000 habitantes, Melilla es un escenario óptimo para llevar esa confusión hasta el límite. La delicada situación política de ese enclave español garantiza una proyección más que proporcional de las iniciativas de sus gobernantes, y una intensa relación entre esas iniciativas y los negocios. Pero también garantiza unos riesgos considerables para los intereses españoles, por lo que es lógica la voluntad de los dos grandes partidos nacionales de tratar de impedir, desde la legalidad, que Gil y el GIL tengan poder en Melilla. Pero han fracasado en su intento, y ya por tres veces. Fracasaron en las elecciones, siendo incapaces de impedir que el GIL se convirtiera en el partido más votado; vieron frustrarse su intento de conformar una mayoría sin el GIL tras las elecciones, y han fallado de momento en el ensayo de desalojarle mediante una moción de censura que planteó el PP sin contar con el PSOE. De tres, tres. La sospecha de que Malika Mohamed haya podido ser comprada se apoya sobre todo en el testimonio de quien ocupaba el cuarto puesto en la lista del PSOE, Rafael Hernández, que ha asegurado haber sido objeto de un intento de soborno por parte de "un emisario del gobierno local". Mohamed ensayó ayer diversas explicaciones de su comportamiento: que la gente la paraba por la calle para decirle que no renunciase al escaño; que la dirección de su partido había decidido desde el más absoluto desconocimiento de la realidad de Melilla, y, por fin, que un antiguo tránsfuga del PP con el que ahora tendría que firmar la moción de censura desalojó a sus padres, cuando era autoridad, de la casa municipal en la que habitaban. La impresión que quedó es que en realidad esa última razón determinaba las otras dos. Tal vez los dirigentes socialistas no conozcan los secretos de la política local, pero lo que estaba en juego desbordaba claramente el ámbito municipal. Y si hubo un problema de autoritarismo en la transmisión de la exigencia de renuncia, ello se produjo después de que los dos electos votasen en sentido contrario a lo decidido por su partido, y que era bien conocido: pactos con todos, menos con HB y el GIL. El argumento de que no se votaba un presidente de ese partido, sino una coalición de la que formaba parte, ya era poco convincente entonces, pero no pueden quedar dudas a la vista del elocuente reparto de responsabilidades acordado: el GIL se ha reservado Obras Públicas, Vivienda y Gestión del puerto. Si la revocación de su dimisión resulta legal, Malika Mohamed podrá retener su escaño y evitar con su voto que prospere la moción de censura. Será legal, pero constituirá un fraude al electorado socialista: por enconadas que estén las relaciones entre el PP y el PSOE en Melilla, los electorados de ambos partidos están más cerca entre sí que cualquiera de ellos con lo que significa la agrupación de Gil; y no haber sabido trasladar esa idea a sus electos es el fracaso más grave de los dirigentes que han intervenido en el asunto.

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