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El sastre de acémilas

Miguel Jiménez, un veterano talabartero, se gana la vida en verano cosiendo arreos para burros en miniatura

RETRATOSLas habilidades de Miguel Jiménez recuerdan a las de aquel famoso aceite multiusos anunciado en televisión en la década de los ochenta. Porque este almuñequero de 65 años es tres en uno: talabartero, albardonero y guarnicionero. Una extraña trinidad que se explica con menos teología que otros misterios: "Para resumirlo en pocas palabras, yo soy sastre de burros", aclara. Miguel comenzó a aprender las tres profesiones con ocho años y el resto de su vida la ha dedicado a fabricar los arreos para vestir tanto a rústicas acémilas de labor como a lisonjeros caballos de tiro. Claro que la prêt-à-porter equina poco tiene que ver con la de la pasarela Cibeles. Las transparencias y las lentejuelas no son del gusto de las bestias, que prefieren ropajes más funcionales. Pocos maestros quedan ya en Andalucía de esta labor artesanal, que hace décadas daba para vivir muy holgadamente, asegura Miguel. "En su día había varías talabarterías en la calle Mesones de Granada. Y, que yo sepa, algún colega queda en Motril y Málaga", rememora. Fue su padre quien le enseñó el oficio. O los oficios, cuyos nombres y dificultad varían en función de la materia prima a la que se dé forma. "La albardonería trabaja sobre todo con paja de centeno, la talabartería con lana recia de oveja y la guarnicionería con cuero", explica las profesiones de herencia árabe. Con su hablar pausado y entrecortado, Miguel detalla que con la paja se confecciona la albarda, sobre la que descansa el peso de la carga que soporta el animal. Los hilos de lana, y también de algodón de vivos colores, se usan para bordar y adornar aparejos externos, como las mantas que cubren los lomos del burro y la jáquima de la cabeza. El cuero es para animales y labores más finas, como los arreos de un coche de caballos. "En total, la decena de aparejos de una mula puede pesar alrededor de 35 kilos", calcula. En los años cuarenta, recuerda Miguel, trabajaban en toda la provincia de Granada unos trescientos albardoneros. En Almuñécar, sin ir más lejos, había dos talleres entre los que se repartían cinco empleados. "En esta zona nunca faltaba tarea entonces", asegura. "Había necesidad de muchas mulas para transportar la caña de azúcar cortada durante la zafra y los miles de kilos de carbón de leña que se producían en la cercana sierra de Las Cázulas". Pero el negocio se vino abajo hacia 1965. Los camiones y los tractores eran más rápidos y superaban con creces los trescientos kilos de mercancía que puede cargar un burro fuerte. Así que Miguel decidió montar una fábrica de toldos que tampoco funcionó como esperaba. De forma esporádica continuó confeccionando pequeños aparejos por afición. Una práctica a la que ha sacado partido pasados los años. Hace cuatro abrió una tienda de artesanía en el parque El Majuelo de Almuñécar. En ella sigue fabricando arreos para unos burros en miniatura que él mismo modela con esparto y pegamento. "También hago espejos, cuadros y lámparas con adornos de talabartería", enumera. Miguel, que en su día militó en la extinta UCD y le gusta hablar de política, cree que su oficio de sastre aún sería útil: "Mis aparejos les sentarían muy bien a algunos políticos autonómicos que no paran de decir burradas".

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