Mi aventura en Torremocha
Hola: soy Guillermo Gutiérrez Herrero. ¿Os acordáis del niño que nombrábais el pasado viernes 23 de julio en la noticia del incendio? Sí, sí, el que iba con muletas; bueno, os escribo para contaros cómo fue esto para mí.Estábamos preparando todo para que los otros cinco niños fueran a la cueva; yo no iba a ir, puesto que tenía un esguince, cuando vimos un poco de humo y los monitores fueron a ver qué ocurría. Nosotros (Paloma, Elena, Cristina, Álex, Marco y yo) seguimos jugando a las cartas. Así estábamos cuando llamó José, un monitor, y nos dijo que les esperáramos. Nosotros rápidamente hicimos los macutos, pues pensamos que el fuego se acercaba cada vez más rápido.
Cuando llegaron los monitores, rápidamente nos metimos en los coches, pero había un problema: sólo dos monitores sabían conducir, y en los coches que podían llevar, sólo entraban siete personas, y éramos nueve.
Además había otro coche. Así que un monitor que no sabía conducir y yo, que abultaba más al llevar las muletas, nos quedamos con el coche más pequeño. El monitor sudaba como un pollo, y se reía y me hacía bromas como "imagínate que nos para la Guardia Civil y me piden el carnet", y metía la llave y se calaba el coche; menos mal que vimos a unos bomberos y nos pudieron sacar. Nos decían: "¿Llevamos nosotros el coche?". Y claro, nosotros les dijimos que sí. También dijeron: "Bueno, si cambia el aire, todos de cabeza a la piscina"; pero tuvimos suerte, y no, en ese momento no cambió, aunque más tarde, cuando ya estábamos en el pueblo, sí. Mientras bajábamos por la pista veíamos el fuego y pensé: a ver si bajamos ya al pueblo, que, si no, nos quemamos. Sólo se veía fuego.
Ya bajando hacia el pueblo, nos pararon unos guardias civiles y nos dijeron que abriéramos paso, que iban a evacuar a unos niños de un campamento, y nos reímos todos un montón.
Ya en el bar, los monitores decidieron volver para intentar que no se quemara la casa. El perro Guillermo y la gata Pandereta estaban muy asustados y sedientos, y Pandereta estaba al borde de morirse debido al humo, tenía la lengua morada, pero, gracias a que les dimos agua, pronto se les pasó. La espera en el bar fue lo peor de todo: dos horas y media esperando noticias de los monitores; cada uno se entretenía como podía. Unos jugaban a la game-boy, otros acariciaban y cuidaban a los animales, y Cristina, de puro nerviosismo, estaba todo el rato sin parar de fumar. De vez en cuando venía corriendo un camión de bomberos, paraba, cogía botellas de agua y se iba. Hicieron eso tanto que se acabaron las botellas en todo el pueblo. En el bar era todo desesperación: unos, diciendo que se les habían quemado los olivos; otros, que habían perdido los melonares; en fin, todo un desastre. Después de las quinientas consumiciones de coca-cola y bolsas de patatas, los monitores llegaron con buenas noticias: no se había quemado la casa. Con las mangueras que tenían apagaron las llamas de alrededor de la casa y mojaron las paredes por si saltaba alguna chispa, y el fuego pasó de largo. Todos nos alegramos mucho, pues era allí donde el GEM (Guías de Espeleología y Montaña) celebraba sus campamentos. Después de otra coca-cola cogimos las maletas y nos fuimos a Madrid. El campamento había terminado. Ha sido el campamento más singular que he vivido.
12 años.
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