Inventar fuerza pura
RETRATOSEl laboratorio que Juan Grimaldi tiene instalado en el número 5 de la gaditana calle de la Cruz no tiene nada que ver con la imagen común de estos espacios. Mientras las vecinas toman el fresco en la casapuerta y un perro amenaza a los extraños, detrás, Juan funde plomo, superpone planos y proyectos sobre la caliche de las paredes, lima y ajusta piezas. Lleva 15 años dedicándose, casi exclusivamente, a fabricar una máquina que produzca energía limpia, no contaminante, y ahora siente que está a punto de culminar ese proyecto. "Es como si una voz me dijera que me dé prisa", afirma. Devoto de la física y las matemáticas desde la infancia, Juan Grimaldi sueña con poner fin a lo que él llama "La Edad del Fuego", y a ello dedica jornadas de trabajo que alguna vez han alcanzado las 14 horas. "Mi padre me decía siempre que el problema de la sociedad no es la política, sino la energía, que afecta a la economía, a la naturaleza, al futuro del hombre", explica. "La gasolina: ése es el ruinazo que tenemos". El primero de sus ingenios fue la llamada bicicleta de agua, un eje compuesto por 72 flotadores que jugaba con dos presiones, y que acabó desechando por su difícil viabilidad. La alternativa a aquella experiencia la halló Juan en el aparentemente sencillo funcionamiento de los imanes. Ahora, trabaja en una impresionante maqueta de madera, íntegramente construida por él y cariñosamente apodada La Momia, que comienza a dar sus frutos: las crucetas y los "grimódulos" que ha diseñado permiten una interacción de fuerzas magnéticas que harán girar el eje central. "El secreto", confiesa Grimaldi, "está en perfeccionar un transportador de ángulos que he concebido como infinito. Porque con el que usamos ahora, no llegamos ni a La Caleta". Nació en 1945, en medio del lanzamiento de dos bombas atómicas y por eso se considera "antiatómico". Trabajó durante años en el muelle pesquero, donde fabricó la primera máquina frigorífica que se recuerda en Cádiz. Más tarde sintió la llamada del arte, y se empleó como pintor, escultor y restaurador de obras decimonónicas. "Pero empecé a cogerle miedo a esa vida bohemia", comenta, "cuando veía a mis amigos de Madrid pidiendo para comer en el Café Gijón". Vive de su pensión y de la ayuda económica que le proporcionan sus mejores amigos, aquellos que no pierden la fe en las posibilidades de estas investigaciones. Pero no es una vida fácil. "Las paso canutas", se queja. "Ahora van a dar 14 millones para estudiar el Carnaval, que está muy bien, pero digo yo: ¿y lo serio? A ver si viene un espía que le diga al Gobierno: dadle un duro al chaval para que siga investigando". Si su patente acaba siendo una realidad, Juan Grimaldi acaricia un sueño: ganar el suficiente dinero para construir una casa que acoja a los artistas jubilados. Pero sobre esas ambiciones, persiste su intención de agregar su grano de arena en la conservación de un mundo amenazado. "Va a llegar un momento en que tengamos siete años de verano por uno de invierno. Y entonces vamos a morir como los pavos, asfixiados".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.