Tráfico de emociones
El nuevo programa de La Primera de Televisión Española para la noche de los miércoles, Hora punta, no es tan nuevo. De hecho, sólo se trata de una nueva vuelta de tuerca al socorrido tema de las imágenes impactantes y arriesgadas que, puestas una detrás de otra, constituyen un catálogo adrenalínico que cualquier pantuflista urbano puede contemplar desde la tranquilidad de su sala de estar mientras se fuma un habano y se bebe un whisky.Ya no hace falta irse a un parque de atracciones y subir a la montaña rusa más vertiginosa para acceder al mundo de las emociones fuertes: otros las viven por nosotros y, lo que es más importante, las graban en vídeo para nuestro disfrute. Siguiendo el mismo formato que el programa de Antena 3 Impacto TV, Hora punta ofrece una serie de filmaciones, generalmente de origen norteamericano, ya que los Estados Unidos de América cuentan con el mayor porcentaje de chiflados y de excéntricos de Occidente, salpicadas por alguna contribución doméstica.
El programa lo presenta Ramón Langa, actor y doblador que se enfrenta a su nuevo cometido con dignidad y discreción, permitiéndonos, además, que si cerramos los ojos nos parezca que todo eso nos lo cuenta el mismísimo Bruce Willis (lástima que en las pausas publicitarias se cuele de nuevo Langa/Willis anunciando la venta en vídeo de una popular serie televisiva, la cual despista un poco, la verdad).
Estas son algunas de las historias vistas en Hora punta: un hippy norteamericano apellidado Puig se da de capones con un caimán; un cámara que trabaja con la policía deja su herramienta en el suelo y se apunta feliz al apaleamiento de un sospechoso de raza negra a cargo de los agentes Espinoza y Maldonado; unos zumbados se tiran de un avión a bordo de un descapotable, y al que lo filma le va a parar el coche a las narices; la furgoneta de unos atracadores se emplasta contra un árbol: ¡nuestro hombre estaba allí y lo grabó todo!...
Esta sucesión de imágenes chocantes, pero, en el fondo, inofensivas, se dio de patadas con la contribución española al programa. ¿Era necesario volver a ver la agonía de la pobre Omaira, aquella niña colombiana, víctima de la explosión del volcán Nevado Ruiz, a la que hace más de diez años vimos morir enterrada en el lodo? Me temo que ahí se cruzó una frontera peligrosa: la que separa el entretenimiento, basado en un delirante pero inocuo apetito por la destrucción, de la muerte en directo.
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