El temple y la espada

La corrida duró tres horas. Los toros de Pérez de San Fernando dieron un juego desigual. Los tres primeros blandearon. Los dos últimos derribaron con estrépito. En conjunto, la corrida no tuvo demasiada clase, salvo esa expresión de hacer que anduvieran de cabeza los varilargueros. El sobrero de José Ortega era un toraco impresionante. Un toro difícil, complicado, con mucha fuerza, que resultó demasiado toro para el joven Dávila Miura.El torero que expresó con más calidad el arte de torear fue José Luis Moreno. Lástima que no matara a su segundo toro como mató a su primero, porque hubiera cortado dos orejas. De todos modos, el temple que atesoró en sus muñecas quedó bien patente la tarde vitoriana. Y la soberbia estocada a su primer toro, segundo de la corrida, fue de las que se ven de 10 en 10 años. Hay que añadir, además, un valor sereno, seco, donde en un momento de la faena de su primer toro el pitón le tocaba, y digo tocaba, uno de sus muslos. Así de seguro y de entregado estaba el torero.

Juan José Padilla puso toda la buena voluntad del mundo además de muchas agallas, e incluso en momentos aportó un valor de muchos quilates. Existe un componente bueno en Padilla que trata de hacer las cosas como mandan los cánones, aunque no posea una técnica exquisita, pero a veces el arrojo y las ganas de agradar superan sus carencias.

A Eduardo Dávila Miura es verdad que le tocó en suerte un lote no demasiado bueno y tal vez en exceso duro para un diestro que todavía no está del todo formado. Se entiende por eso que estuviera sin poder dar un pase a su segundo toro y muy inseguro en el primero de su lote. Otra vez será.