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FIN DE REINADO EN MARRUECOS

HassanII deja a su heredero un trono sin apoyo en una monarquía constitucional

Juan Carlos Sanz

Hassan II, el Comendador de los Creyentes, el jefe de Estado más antiguo de África, no parece haber tenido tiempo para poder poner orden en su reino antes de legar a su heredero, el príncipe Sidi Mohamed, una monarquía constitucional a imagen y semejanza de la española. Superviviente de intentonas militares y golpes palaciegos, la buena estrella del monarca alauí, su legendaria "baraka", se ha apagado. Mientras, sobre la mesa del palacio real de Rabat quedan aún demasiados expedientes sin resolver frente a una marea islamista que crece en el caldo de cultivo de las desigualdades sociales.

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Tras 38 años de reinado, HassanII deja sin embargo en marcha un sistema multipartidista y una economía de mercado marcada por una pujante agricultura, a pesar de las profundas diferencias que separan a una minoría emergente en las grandes ciudades de los campesinos del Marruecos profundo.Ausente de la última cumbre de la Organización para la Unidad Africana (OUA), celebrada este mismo mes en Argel, el monarca marroquí contaba en los últimos tiempos con reactivar las relaciones diplomáticas con la vecina Argelia. Incluso adelantó que iba a reunirse en la frontera con el nuevo presidente argelino, Abdelaziz Buteflika, en un primer paso para romper con su aislamiento en el norte de África. Su intención era dar nueva vida a la aletargada Unión del Magreb Árabe (UMA), junto con Argelia y Túnez, a las que se suman Libia y Mauritania, para seguir una política de paz y desarrollo en la región auspiciada por Estados Unidos y la Unión Europea. Pero en el plano doméstico, el nuevo rey de Marruecos se enfrenta a un país en el que la mitad de sus 28 millones de habitantes siguen siendo analfabetos. Después de un año y medio de actividad, el primer Gobierno de alternancia marroquí, presidido por el socialista Abderramán Yussfi, no ha podido vencer la resistencia del Majzen, la estructura semifeudal que controla los mecanismos del poder real. Una red de vasallaje y clientelismo que hunde sus raíces en la época del sultanato y ha elevado una pirámide de jerarquía en la toma de decisiones que inevitablemente confluye en el vértice del palacio real.

Las expectativas que generó la designación de un primer ministro de la oposición al régimen, que se enfrentó en el pasado al rey y que pagó con el exilio su disidencia, se vieron frustradas por la incapacidad de su Gobierno para aplicar su política de reformas frente al desempleo, con tasas reales muy superiores al 20% oficial y que que ha arrojado a un cuarto de millón de titulados universitarios al paro.

Las promesas de Yussufi se han estrellado con el malestar de una población marginada en las chabolas con antena parabólica que circundan las grandes aglomeraciones urbanas. Es la amenaza de un nuevo estallido social como el que culminó con la huelga general de 1990, que se saldó con cinco muertos y más de un centenar de heridos en los violentos disturbios de Fez.

Las reformas políticas introducidas por el monarca para cicratizar esas heridas recibieron como respuesta el silencio de la oposición democrática, aglutinada en torno al bloque de la Kutla. Sólo después de las elecciones generales celebradas a finales de 1997, en las que el Parlamento fue elegido por primera vez por sufragio universal, la Kutla aceptó participar en el juego político planteado por el palacio real. Pero la exigua victoria del bloque democrático, cuyos ejes fundamentales son la Unión Socialista de Fuerzas Populares, el partido de Yussufi, y el movimiento nacionalista Istiqlal (Independencia), forzó una alianza con grupos centristas para poder sostener a la coalición de Gobierno frente al bloque conservador o Wifaq, que representa los intereses del Majzen en la política.

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Mientras, la creciente marea del islamismo alcanzó representación parlamentaria para los moderados del Movimiento Popular Democrátrico, un partido de nuevo cuño que sumó nueve diputados. Pero la amenaza integrista se mostró abiertamente el pasado otoño, cuando decenas de miles de islamistas, convocados por la semiilegal organización Justicia y Caridad, se manifestaron por el centro de Rabat para protestar contra los bombardeos norteamericanos y británicos sobre Irak.

A pesar de su patente influencia en las capas más desfavorecidas de la sociedad marroquí, el islamismo no ha logrado el mismo calado que en la vecina Argelia. El rey de Marruecos, como autoridad religiosa o Comendador de los Creyentes, mantiene un estricto control sobre las mezquitas y las prédicas de los imames.

El rey Mohamed VI podrá contar con las mismas prerrogativas que su padre, como figura "inviolable y sagrada" para los marroquíes, pero dificílmente podrá aglutinar a su país como lo hizo su padre hace 24 años en la Marcha Verde sobre el Sáhara Occidental.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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