Cinco minutos de toreo
Cinco minutos duró la primera faena de muleta de Vicente Barrera y no hacía falta más: montó la espada y ya tenía ganadas las dos orejas. Luego las perdió: las dos. Y si finalmente cortó una, ésa era una típica oreja de Valencia, fruto del triunfalismo, regalo del presidente.Cinco minmutos bastan para hacer el toreo, si es bueno, y eso fue lo que sucedió. A veces, con menos sobra. Cuanto más puro es el toreo, menos tiempo se necesita para dominar al toro, dejarlo extenuado, poner la plaza en pie y obtener un triunfo arrebatador. Tampoco el torero está para demasiados trotes después de ejecutar el toreo como mandan los cánones. El torero que toma adelante las embestidas, se trae al toro toreado, se lo ciñe y le liga los pases en un palmo de terreno acaba igual que el toro: para el arrastre; dicho sea guardando las distancias y mejorando lo presente.
Valdefresno / Manzanares, Barrera, Rivera
Toros de Valdefresno (uno rechazado en el reconocimiento, otro devuelto por invalido), terciados pero serios, armados y astifinos, encastados; inválido el lote de Rivera. 5º y 6º (sobrero), de Antonio Ordóñez, bien presentados, mansos, de feo estilo.José Mari Manzanares: media y rueda de peones (pitos); tres pinchazos y descabello (pitos). Vicente Barrera: estocada baja, rueda de peones, descabello -aviso-, descabello barrenando y se echa el toro (oreja); pinchazo, estocada corta atravesada muy tendida -aviso-, se echa el toro cuatro veces y otras tantas lo levanta el puntillero, y descabello (ovación y salida al tercio). Rivera Ordóñez: media atravesada, rueda de peones, estocada baja, rueda de peones y se echa el toro (petición, aplausos y salida al tercio); pinchazo y estocada perdiendo la muleta (silencio). Plaza de Valencia, 23 de julio. 6ª corrida de feria. Menos de dos tercios de entrada. Cinco minutos de toreo
El día anterior al de autos una figura estuvo diez minutos de reloj pegando pases (suele hacerlo normalmente) y aquello tenía muy poco fuste. Una faena de diez minutos siempre es sospechosa. Estar diez minutos pegándole pases a un toro es síntoma de que esos pases no tenían ni hondura, ni ceñimiento, ni ligazón.
La verdad es que daba gusto ver a ese Vicente Barrera reposado, firme en su terreno, pasando de muleta al encastado toro de Valdefresno con suavidad, con gusto, con mando. Lo pasó así por naturales y por redondos, le enjaretó apretados pases de pecho, remató una tanda girando el molinete entre las astas... Ahí estaba la faena, brillante, completa, y sólo procedía entrar a matar. Pero Vicente Barrera aún siguió. Y todo para nada: para sacar tres circulares que no aportan nada y son una vulgaridad. Quiso después montar la espada y el toro no se cuadraba. Desnaturalizó el volapié echándose fuera y le salió un bajonazo.... Hay toreros que no aprenden. Barrera no debió enterarse -o quizá haya olvidado- la metedura de pata que tuvo en Madrid justo por lo mismo. En plena Feria de San Isidro cuajó una faena preciosa, de altos vuelos; y cuando ya tenía al público entregado y el toro pidiendo la muerte, emprendió una segunda parte, con los derechazos, los circulares, esas monsergas que antiguamente se reservaban para cumplir en los gaches. Y le mandaron no hace falta decir dónde.
El toro de Antonio Ordóñez que salió en quinto lugar manseó a modo y Barrera volvió a ponerse vertical y mayestático. Otra rutina: las faenas no han de ser calco unas de otras, menos si se han de hacer a toros tan distintos. Cualquiera (salvo el que asó la manteca) habría entendido la imposibilidad de torear igual al encastado toro de Valdefresno, que humillaba codicioso, y al mansazo de Ordóñez, que topaba y se quedaba corto. El mérito de Barrera -su pundonor, su generosa entrega- resultaba incuestionable, mas sus aptitudes como figura del toreo quedaban en entredicho; y aún más al comprobar que recurría al tremendismo tirándose de rodillas.
El resto de la corrida careció de mayores alicientes. Manzanares no parecía dispuesto a complicarse la vida y le dio un montón de derechazos a su primero sin ajuste ni quietud, mientras al cuarto lo aliñó con desastradas formas. Rivera Ordóñez tuvo un inválido al que corrió la mano por la derecha, en tanto por la izquierda abrevió pues por ese lado le buscaba. El sobrero de Antonio Ordóñez sacó una mansedumbre pronto convertida en bronquedad y lo macheteó para cuadrar y matar.
Sustituía el manso a un precioso cárdeno moteado capirote botinero que salió tullido. Ese toro el día de la desencajonada (de esto hace una semana) se puso peleón, se arrancaba a una mosca que merodeara por allí, les dio cera a todos sus hermanos y a uno de ellos lo dejó inútil para la profesión.
Este toro hubo de ser sustituido en la corrida pero sorprendió que el farruco matón apareciera una semana después cojitranco, medio sonámbulo y crepuscular pegándose batacazos. Dios castiga y no con palos, decían las abuelas. Pena de animal. Pena de esa belleza de toro que le llega a tocar a un torero de verdad y con sólo una muestra del toreo bueno habría ofrecido el mayor espectáculo del mundo.
Babelia
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