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"Pescado" por la caballa

POSTALES¿Quién manda en el sedal: la caballa o el hombre? Está por ver. Si la caballa es la damnificada directa de la acción del anzuelo de acero, el hombre es el gran perdedor del pulso: está cautivo verano tras verano del ritual pesquero, es rehén del olor de la sangre de las caballas y sólo calma la ansiedad cuando el pescado agita la tanza bajo el mar. Eso es lo que le ocurre a Jorge Muñoz Barberi, de 60 años, el pescador más veterano del Club Caleta. Lleva saliendo en barca cada mañana desde que tenía diez años de edad. Hoy, lo acompaña su yerno, Manuel Delgado. A las 4.00 toman café en Casa Tino. 20 minutos después, el Santi, una barca de ocho metros de eslora con motor de 100 caballos, enfila mar abierto. La salida en el bote en busca de caballas es su alimento económico y psicológico. Para pescar caballas hay que respetar el ceremonial y tener en cuenta las peculiaridades del oficio: las caballas no se cuentan por kilos sino por docenas y la distancia del punto de pesca no se mide en millas, sino en tiempo. A una media hora del Club Caleta hay fondeaderos buenos, y se llega con exactitud gracias a la pericia de los caleteros, que se orientan con la silueta de los castillos que flanquean la playa. Con una brújula en la cabeza, el pescador alcanza el lugar elegido. Las caballas más grandes se capturan hacia Chipiona. Las medianitas, cerca de La Caleta. Fondeado el Santi, primero, es necesario enguajar. Cada pescador tiene su fórmula, pero la que utiliza Jorge, es la que incluye patata cocida, arena y aceite de sardina. La pasta, fruto de la experiencia de los caleteros, se mezcla en un cubo valiéndose de las manos y se arroja al mar, cerca del bote. Si quedan algunas caballas pescadas el día anterior, se le sacan los lomos y se pinchan directamente en el anzuelo. El pescado no tarda en aproximarse. Es el momento de armar la caballera: un cordel de nylon reforzado con dos anzuelos en la punta, lo que los caleteros llaman estar enchampelados o champé. Enguajado el mar, las caballas más pequeñas se emplean como cebo, que aquí se llama carná. Todo tiene un orden establecido. Nada más izarla y sacarle el anzuelo, se degüella. Con maestría, el pescador le gira la cabeza y suelta la sangre al mar. Bajo las manos rugosas del hombre suena un chasquido seco. Algunos dicen que es la caballa que llora. Con razón Fernando Quiñones basó algunos de sus cuentos de pescadores en esta gente. Desangrado el pez, la carne se conserva más blanca, dura y fresca. Entre mayo y septiembre se produce el rito. Entrando la tarde, el Santi toma el camino de La Caleta. La llegada de Jorge despierta expectación. Medio centenar de personas espera al caballero. Son los dueños de los bares que por las noches las ofrecen asadas con piriñaca (un picadillo de tomate, pimiento y cebolla con aceite y vinagre). La ceremonia de la pesca concluye de noche. La Playa de La Caleta se llena de barbacoas. El primer sábado de septiembre se celebra el entierro de la caballa. Los hermanos Jorge y Alberto Muñoz Barberi confeccionan un pez gigante de gomaespuma que se pasea con sorna por el Barrio de La Viña. "Aunque vivimos de esto, tenemos dentro ya un venenillo que no lo cambiamos por nada", asume el pescador.

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