Y empezó
En cuestiones relacionadas con el poder prefiero la crítica al elogio, sencillamente porque siempre es más fácil que el poder se convierta en un vicio que en una virtud. Sin embargo, en esta ocasión sería injusto no reconocer que Eduardo Zaplana estuvo bien, francamente bien, sobre todo valorado en comparación. Era de esperar que en este debate de investidura empezara un nuevo ciclo de sus aspiraciones políticas, pero no era seguro que lo hiciera con tan buena fortuna. Vuelve Zaplana y esta vez arropado con una política de futuro, con horizontes nuevos, por emplear su misma imagen verbal. Es cierto que, efectivamente, no debería enfocarse este discurso como un debate de campaña electoral, aunque es casi inevitable estando tan cerca de los últimos comicios. Y Asunción continuó con la inercia de sus errores anteriores, de sus errores de campaña. Estoy dispuesto a aceptar, como se dijo en estas páginas, que sería mezquino agotar su margen de confianza por este debate, pero ya va siendo hora de que cambie el estilo y la estrategia. El contenido sigue siendo clásico y pegado a una aritmética económica poco actual. Y cuando entra en temas sociales, defiende la educación infantil hasta los tres años por razones de emancipación de la mujer, un argumento tipo Herodes pero en civilizado, y no por su propio contenido. El estilo sigue siendo desordenado, con exceso de gesticulación y balanceándose sistemáticamente de un lado a otro hasta provocar cierto mareo. Hay que reconocer, sin embargo, que resulta directo y cercano porque casi siempre habla en lugar de leer. Podría mejorar con muy poco esfuerzo, al menos de estilo, porque el contenido es otra cosa. Zaplana está sereno, muy bien asesorado y elevando al ciudadano al primer plano del discurso, algo muy necesario y propio de estos tiempos. Cierto que todo es más fácil desde la mayoría absoluta. Empieza a sentirse cercano a la gran política y le atraen los lugares de las grandes decisiones, los centros de decisión. Maneja con fluidez los tópicos actuales, a veces con demasiada facilidad, porque sus asesores mezclan quizá demasiado. Por ejemplo, cuando defiende aprender a aprender, propio del positivismo modernista, junto con aprender a ser, tan característico del construccionismo posmodernista. Pero hasta eso es típico de la nueva sensibilidad, como integrar a Infoville con Luis Vives, algo así como partir de Woody Allen para llegar a Freud. Hace algún tiempo dije que Zaplana junta los índices y pulgares de ambas manos, dibujando un triángulo, cuando ofrece concordia, acuerdo, paz, y necesita urgentemente ser creíble. Pues bien, en esta ocasión lo hace en ocho o nueve ocasiones. Pero el gesto duró más tiempo cuando mencionó tres temas: el papel de la Universidad, la Academia Valenciana de la Lengua y, al final, lanzado ya hacia el proyecto histórico de la Comunidad Valenciana del siglo XXI. Auténticas medusas de la política valenciana. Quizá demasiados proyectos para tan poco tiempo de exposición, puede que en parte sea el producto de asesores y del maquillaje político, pero lo cierto es que la oferta es buena y la presentación muy aceptable. ¿Hay quién dé más? Puede que las ideologías, pero esas hace tiempo que ya no gobiernan.
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