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Aura

DE PASADAMientras esperamos a que la estación MIR caiga sobre nuestras cabezas y, con ella, el fuego del apocalipsis, cabe la posibilidad de mandar el aura a la tintorería. El director del Parque de las Ciencias de Granada, el maestro de escépticos Ernesto Páramo, me informa de la existencia de un servicio de limpieza del aura a la vez que se lamenta de que estemos rodeados de tantísima gente con poderes fabulosos que sin embargo no los emplean en nada útil. Como todo el mundo sabe, el aura es una especie de abrigo de entretiempo que los humanos llevan consigo aunque no sepan cuál es su utilidad. Lo que cuenta es que la lleven limpia El aura esta tejida con un material más sutil que el aire que se mancha con facilidad. Uno puede tener la convicción de ser una persona higiénica y en cambio salir a la calle con el aura llena de lamparones de aceite, churretes, tiznes y excrementos de palomas. El problema del aura es que sólo la perciben unos pocos seres dotados de unos poderes especiales y en consecuencia la mayoría no sabemos cuál es su estado de limpieza. Quizá sea conveniente, por una pura cuestión preventiva, llevar el aura al tinte para que la laven al seco, no sea que con el agua encoja y nos venga pequeña o, lo que es peor, despinte y se vuelva rosa. Páramo también me envía el aviso publicitario de un taller de regresión que se dedica a indagar en nuestras vidas antes de que viviéramos. El centro se denomina Clínica de Terapias Integrales y es una suerte de hospital de adelgazamiento de la memoria. ¡Qué alivio salir a la calle con unos recuerdos muertos tan vivos y con el aura como los chorros del oro! No todos los materiales fantásticos tienen una naturaleza intangible. También los personajes importantes desprenden un aroma extraordinario, semejante a un aura. El restaurante El Café de Emilio, de Castril, ha confeccionado una carta publicitaria que comienza de este modo: "¿Quiere usted conocer la mejor cocina de Castril, la cocinera y los platos preferidos del premio Nobel José Saramago?", hijo predilecto de la localidad, en la que suele pasar las vacaciones. Comer en este restaurante equivale a una acto de fe. El comensal debe rastrear en el choto al ajillo el perfume del arte, de la literatura. Si en el fondo del puchero encuentra además las gafas extraviadas de Saramago será un milagro. ALEJANDRO V. GARCÍA

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