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Reconciliación y reescritura

El artículo más iluso, de Javier Marías, publicado en EL PAÍS el 26 de junio pasado, nos devuelve a los deberes de la memoria. Unos deberes fundamentales para la articulación de la sociedad, compatibles con la reconciliación, pero que debieran preservarse del ataque por los ácidos del oportunismo y del difumino que busca la equiparación universal de los comportamientos. Por algo nos tiene advertidos Milan Kundera de que la lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido; de que muchas gentes entregarían gustosas su futuro a cambio de un pasado en condiciones y pagarían cualquier precio por el acceso a los laboratorios donde se retocan las fotografías y se reescriben las biografías y la historia. Digamos inmediatamente, para alejar cualquier sintonía con la mueca verde del resentimiento y para aclarar que nos hemos exiliado del reino tenebroso del rencor, que la transición española resiste con ventaja cualquier comparación por su carácter reconciliador. Que aquí nadie echa en falta un ajuste de cuentas con el pasado. Tan sólo se trata de atender inexcusables deberes sociales que no pueden traicionarse sin producir graves efectos de disolución colectiva. Así se vio en Varsovia, con ocasión del seminario polaco-hispano-chileno convocado del 12 al 14 de mayo por el diario Gazeta Wyborcza para conmemorar su décimo aniversario. Allí, la delegación chilena se mostraba desconcertada por el hecho de que un juez español hubiera encausado a Pinochet sin que ninguno de sus colegas de la magistratura se hubiera tomado la tarea de proceder antes, más y mejor, contra sus connacionales bien identificados como colaboradores de Franco.

Fue necesario recordar a los chilenos de Varsovia que el juez madrileño temido por los pinochetistas actúa en este caso a petición de parte. Son las víctimas, chilenas y españolas, de aquella dictadura, con las que nadie había contado a la hora de prefigurar en Santiago de Chile los grandes acuerdos entre próceres para la salida de la dictadura, las que de modo inesperado han avanzado desde el fondo del escenario y se han adelantado hasta el proscenio para comparecer en un juzgado y plantear sus demandas. Pero la pretensión de encausar al pasado y a sus protagonistas es un fenómeno más amplio, que rebasa el espacio chileno, y aflora también, por ejemplo, en las aguas más calmadas de la transición polaca. En las filas de la derecha se considera un signo de distinción la idea obsesiva de perseguir en los tribunales o inhabilitar en la vida política poco menos que a todos los que en su día fueron miembros o colaboradores del Partido Comunista polaco. El propio general Jaruzelski, uno de esos héroes de la retirada tan bien descritos por Hans Magnus Enzensberger, tiene pendientes algunas reclamaciones ante los tribunales.

El análisis del camino español requiere un espacio ahora indisponible. Su itinerario se entiende mejor desde el escarmiento. Fue el grito de nunca más a la guerra civil, de evitar la vuelta a las andadas. Algo tendrá que ver también con el rastro multidireccional de la barbarie, con ejemplos abominables en muy variados campos y momentos. Pero en modo alguno cabe excusar comportamientos envilecedores haciendo de ellos una presentación convalidada por la degeneración colectiva. En todo caso, sigamos a Cavafis y rindamos el honor merecido a quienes se propusieron en su vida la defensa de unas Termópilas, aunque previeran, y muchos lo previeron, que aparecería un Efialtes y los persas acabarían pasando.

Volvamos a la reconciliación de los españoles. Conformes con que debe ser un orgullo colectivo, pero también con que la amnesia, la pérdida de sentido, es el mayor agente de disolución social. ¿Es que los redactores y trabajadores del diario Madrid, cuando rechazaban en noviembre de 1971 el director propugnado por el ministro Sánchez Bella sabiendo que suponía el cierre del periódico, o cuando rehusaban su reaparición en cautividad dentro del opíparo sistema de prensa del Movimiento hacían como todos? ¿Es que hacía como todos Joaquín Satrústegui, medalla militar individual en Somosierra, cuando, en defensa de sus convicciones políticas, se afiliaba a los vencidos, como haría también Dionisio Ridruejo sin maña alguna para embellecer su pasado? Desde luego, hay que coincidir con Marías en su reproche a la falacia igualadora que ahora aducen algunos como excusa autoindulgente.

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