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Populares europeos

PEDRO UGARTE La escenificación a mediados de esta misma semana, en Málaga, de una nueva reunión de dirigentes populares europeos ha confirmado los derroteros ideológicos por los que se está precipitando esta formación política: el PPE ha archivado definitivamente en el cajón del olvido los principios demócrata-cristianos que guiaron la gestación de esta corriente en la Europa posterior a la II Guerra Mundial. La Europa de posguerra (por más que el Estado español, víctima del régimen franquista, quedara al margen del proceso durante varias décadas) fue fruto de un compromiso político, económico y social entre los partidos populares y socialdemócratas de distintos estados europeos. Y, aunque la retórica marxista se esforzó por acostumbrarnos a no realizar distingos en la materia, la experiencia de la guerra y la cercanía de las dictaduras fascistas ayudaban a diferenciar decisivamente entre una derecha autoritaria, una derecha conservadora y una derecha democrática de inspiración cristiana. Es cierto que hoy en día las cosas han cambiado mucho, pero si de la simplificación del mapa político, por la izquierda, ha resultado vencedor un socialismo democrático, abierto, inmune a los dogmas marxistas; por la derecha, muy al contrario, la democracia cristiana se ha desdibujado claramente a favor de un liberalismo tenazmente agresivo, cuyos representantes más extremos podían ser sujetos pintorescos y peligrosos como Gil y Gil, y cuya cara blanda la ostentarían personajes como Berlusconi (ése que en Málaga se reía a labio partido junto a Martens y al señor Aznar), empresarios que, embriagados por el éxito en el mundo de los negocios, dan con naturalidad un paso más y se animan, no sólo a pagar la nómina de sus trabajadores, sino a convertirse en depositarios de su confianza electoral. La organización popular europea se ha visto invadida por supervivientes de la derecha autoritaria y por empresarios emergentes, con la complicidad de unos líderes interesados en desdibujar ante el electorado, pero quizás también ante sí mismos, las distancias ideológicas que podían diferenciar a Konrad Adenauer o a Aldo Moro de Margaret Thatcher, que recientemente reclamaba una vez más la liberación de Pinochet, o magnates de la televisión basura como Silvio Berlusconi. No están tan lejos los tiempos en que la formación de Manuel Fraga hacía profesión de fe liberal-conservadora. Poco después se deslizó hacia una retórica ecuménica que pretendía englobar en su seno, según lenguaje de hace apenas unos años, a los "no socialistas", con una técnica sofística que, en el País Vasco de hoy, se utiliza también profusamente. Aznar consagró de la mano de Rupérez, reiterado mártir electoral de la democracia cristiana española, el traslado del Partido Popular al Partido Popular Europeo, quizás bajo una cobertura nominal que, al final, se ha revelado una afortunada carambola, imprevisible en los tiempos en que alguien tropezó con la aleatoria designación de Alianza Popular para el partido-refugio del ex franquismo. Sería difícil enmarcar al Partido Popular de Aznar dentro de una corriente demócrata-cristiana si uno se tomara la molestia de analizar en el Estado el discurso explícitamente reaccionario del Ministerio del Interior, los ridículos niveles de protección social y fiscal establecidos a favor de la familia, o la realidad de un mercado de trabajo progresivamente liberalizado donde impera la ley de la selección natural. Aún así, que partidos de conducta liberal-conservadora, como el PP español, formen parte de una de las dos grandes corrientes del Parlamento Europeo podría entrar dentro de una nueva reordenación política donde el puntillismo ideológico ha dejado de ser un obstáculo para las amplias alianzas, pero llegar al extremo de ver a Berlusconi en la misma formación no deja de ser, estéticamente, una ordinariez; una ordinariez salvo que el Partido Popular Europeo se desmarque explícitamente de los principios fundacionales de su formación, cosa que acaso pocas personas agradeceríamos, pero que sería un ejercicio de honestidad política e histórica.

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