Presupuesto y pene
Quizá los perros sean una extensión de las personas. La gente necesita crecer, expandirse, actuar, y con un solo cuerpo no se llega a ninguna parte. Tenemos más ambiciones que músculos, más teclas que dedos. La naturaleza no es tan sabia. En caso contrario nos habría dotado de dos cuerpos, o cuatro, para que no tuviéramos esa necesidad de utilizar organismos ajenos como extensión de nuestra propia anatomía. Si ese chico de Navalcarnero que mataba gallinas con su pitbull (suena a nombre de arma, igual que parabéllum), si ese chico, decíamos, hubiera sido dotado por la naturaleza de tres cuerpos o cuatro, no habría necesitado ampliar su disco duro con el añadido del animal. Él mismo, en una de sus diferentes versiones, se habría ocupado de destrozar la gallina, y de violarla a continuación, pues de eso se trataba, de joder. Y es que tenemos pocos sexos también, sólo dos, de ahí que en la búsqueda de nuevas posibilidades venéreas lo mismo salga un psicópata que un subsecretario. Los subsecretarios se dan muchas satisfacciones sexuales inocuas. Un discurso de dos horas, pongamos por caso, delante de gente que no puede levantarse de la silla hasta que no acabes la exposición, o lo que sea, te deja más relajado que una sesión amatoria de fin de semana. Amanecí otra vez entre tus brazos. Somos muy imperfectos, pues. Nos faltan cuerpos en los que depositar todas las acciones que se nos ocurren, sexos a través de los que canalizar la increíble potencia libidinosa de que somos víctimas, objetos hacia los que desviar la ternura cuando llega la gota fría o el invierno y las emociones se desbordan.
No hace mucho, supimos de una mujer que guardaba en el congelador un gato muerto con el que había compartido los mejores años de su vida. Era viuda del gato, por decirlo así. Hay muchas viudas y viudos de animales domésticos porque no nos acaba de llenar el luto que dedicamos al esposo o la esposa. Nosotros somos capaces de un luto más grande, más extenso, más rico en matices del que provoca la desaparición del cónyuge. De ahí que llevemos luto por los gatos también. O por los canarios, las cotorras, los periquitos, las iguanas, los hámsters.
Madrid, como todas las grandes ciudades del universo mundo, es una manifestación de nuestras insuficiencias sexuales, mecánicas, emocionales, nerviosas. La vivienda es también una extensión del cuerpo. Cada habitación representa una cavidad orgánica, una función vital. En los últimos trece años se derribaron en Madrid 2.700 chabolas, pero se construyeron 1.845. Las chabolas, como el rabo de las lagartijas, vuelven a crecer porque necesitamos también el grado de pobreza que representan. Somos capaces de ser muy ricos, de ahí la torre Picasso, pero también muy pobres, de ahí los poblados marginales. Y podemos estar solos, muy solos, más que cualquier otro animal de los misteriosamente depositados en la naturaleza inexplicable.
Por eso hemos inventado los apartamentos de soltero, y los estudios de 25 metros cuadrados con cocina americana, donde la gente se pudre de soledad, a veces literalmente. Si nota usted mal olor en su escalera, calcule cuánto tiempo hace que no ve al vecino de enfrente.
Todo, desde la Gran Vía a la calle Orense, pasando por Príncipe de Vergara o Serrano, es una extensión, pues, de necesidades corporales o psíquicas insuficientemente satisfechas. Y cuantos más agujeros tapamos, más se abren. Hace unos meses, por ejemplo, nos dio por pensar que no seríamos felices si no encontrábamos la momia de Velázquez y hemos dedicado a ello unas energías absurdas, como si el cadáver del pintor fuera una extensión de alguna zona propia que se nos había quedado pequeña. La búsqueda se ha suspendido al fin por "agotamiento del presupuesto". Dicho así, como uno lo ha leído en el periódico, da la impresión de que al presupuesto le ha faltado potencia viril. Se lo imagina uno exhausto y no puede menos que sentir lástima por él. Quizá el presupuesto sea también una extensión del sexo, pues cuando uno oye hablar entre sí a los directores generales y consejeros municipales o autonómicos, siempre presumen o se avergüenzan del presupuesto, como si de su tamaño pudiera deducirse la longitud de su pene (o la hondura de su pena). Y son cosas distintas el sexo y el presupuesto. O quizá no. El caso es que un pitbull, vaya nombre, se cargó el otro día a una gallina en Navalcarnero mientras su amo permanecía conectado a él por la correa, como si fueran el uno la extensión del otro. Qué mundo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.