Ser o creérselo
De cabeza han andado los socialistas durante las últimas semanas hasta encontrar la fórmula que permitiera a un secretario general derrotado por las bases del partido ser designado por su cúpula candidato a la presidencia del Gobierno. La cuestión pudo haberse resuelto siguiendo sin mayores adornos el procedimiento establecido: la comisión ejecutiva presenta al comité federal uno o más nombres para que éste decida. Hasta ese punto, ningún problema: todo el mundo comprende el coste que supone convocar ahora un congreso extraordinario o abrir una nueva consulta electoral. Las dudas e indecisiones sobre la mejor forma de cumplir ese reglamento se derivan del hecho de que el candidato que la ejecutiva pretendía llevar al comité federal era el mismo que la base del partido había rechazado. Pues, al pensar en Almunia, la cúpula del PSOE no sólo desestimaba el procedimiento democrático de las primarias, antes tan exaltado como revulsivo de la vida política; no sólo demostraba su reticencia a dejar asunto tan delicado al albur de un congreso extraordinario, sino que elegía al mismo que perdió unas elecciones disputadas por el perdedor con el apoyo unánime de la ejecutiva, tan derrotada en aquella elección como su secretario general.
Se adelantaron entonces razonamientos algo rocambolescos del tipo de que las primarias no las pierde en realidad nadie; o este otro, más sutil: que, dimitido el elegido, era lógico que ocupara su puesto el que venía detrás, a quien, con esa caradura tan propia de la clase política, alguien denominó el segundo: uno había quedado primero, y otro, segundo, decía sin ruborizarse. Argumentos, como se ve, demasiado burdos para ser creíbles. De ahí que la ejecutiva del PSOE haya pretendido cubrir las apariencias con la apertura de unas consultas, ya que no a la base, a la misma cúpula. Es como una consulta autorreferencial, o más bien autorrefleja, si se me permite la redundancia: insólito caso de una cúpula que se consulta a sí misma a la vista del público.
Pero el colmo del cierre reflexivo, o del obsceno ensimismamiento cupular, lo habría de proporcionar el candidato al conducir personalmente las consultas sobre sí mismo en cuanto candidato designado. Es obvio que el único requisito para abrir auténticas consultas sobre la designación de un candidato consiste en que la persona que consulta se descarte sin segundas intenciones de la candidatura. Todo lo demás no cubre distancias entre electores y elegido; lo único que cubre son las apariencias de un ficticio consenso sobre el que, para colmo, se ha sentado la brillante doctrina de la puta falta, que tiene al menos el efecto colateral de liquidar aquella vulgar teoría del movimiento y la foto: no deja de tener su gracia que los antaño entusiastas de la foto fija lamenten hogaño la puta falta que hace el consenso.
Almunia será un buen candidato, qué duda cabe: tranquilo, consistente, fiable, adornado de todas las cualidades que normalmente se atribuyen a las personas de sólida y compacta estructura física y mental. Estupendo. Pero todo el tiempo perdido, todas las penalidades sufridas, todos los líos en que se ha metido para obtener el respaldo de la base y, una vez negado éste, suplirlo con el apoyo, convenientemente escenificado, de la cúpula, pudo haberse evitado con tal de que él mismo se lo hubiera creído el día en que fue elegido secretario general. Porque aquí el problema, el verdadero problema, es que nadie se cree candidato de verdad mientras el presidente por antonomasia ocupe con su jocunda y soez verborrea más de la mitad del escenario. A ver si se aclaran de una vez y, además de contar con un magnífico candidato, los socialistas tienen por fin un candidato que se lo crea; pues todo este paripé de la autoconsulta autorrefleja sólo puede explicarse por la tremenda dificultad a la que se enfrenta desde el último congreso la cúpula del PSOE para llenar el hueco que sin dejar dejó Felipe González.
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