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Miquel Alberola

MIQUEL ALBEROLA Estoy tumbado de espaldas en una colchoneta de plástico sobre el mar, como un alegato hidrostático de Arquímedes de Siracusa, y ésta me parece una patria suficiente, incluso razonable y refrescante. Sólo está llena de aire, como las demás, y si se hincha demasiado también estalla y trae consecuencias imprevisibles. Siempre hay alguien bajo el sol que llega a confundir el aire de la colchoneta con su alma, por eso el fondo del mar está lleno de patriotas con el tórax colonizado por cangrejos y camarones. Aunque algunos tipos alcanzan esta misma sensación hipostática en seco y a la sombra, y creen que su úlcera está en correspondencia con la situación política general. Es bueno remojarse la cabeza de vez en cuando para evitar desparramarse uno mismo hasta el fondo por el sumidero del ombligo, pero yo voy a la deriva entre el reptil geológico de Cullera y la cabeza de elefante de Dénia, y este caos me parece suficiente objetivo político para llegar al día siguiente. En la orilla resuena un fragor de hojas de periódico y algunos transistores emiten agudos cantos de sirena que tratan de justificar pactos municipales de complicada digestión, pero yo ya sólo aspiro a alimentarme de pulpo seco, mojama y anchoas. El salazón es mi mascarón de proa, aunque en tierra firme también me movilizan los helados de vainilla y los granizados de limón. La corriente ameniza mi dejadez y voy dando vueltas como las saetas de un reloj, y sin embargo el tiempo ha dejado de ser una referencia inquietante para mí. Por encima de los dedos de mis pies veo a otros que como yo huyen sobre una colchoneta, que es uno de los escasos reductos de lucidez veraniega y una metáfora de libertad. Aquí sólo manda Poseidón con el consentimiento de Zeus, quien lo apartó de los bosques, que fueron su dominio hasta que la industria naviera trajo la deforestación griega, y le dió esta extensión de agua salada para que algunos escapásemos de nosotros mismos sobre un neumático. Ahora mi himno es la brisa del Lamento de Antonio Carlos Jobim y mi bandera consiste en regresar a tierra para tomar una cerveza muy fría en la terraza con los ojos clavados en el mar y luego quedarme frito hasta que me despierten las ranas del marjal.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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