_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Pintadas

Un grupo de enemigos de la fiesta armó bronca hace unos días en Madrid. A la fiesta de los toros nos referimos. Salían los espectadores de la plaza de Las Ventas sin meterse con nadie y se encontraron esperándoles unas decenas de jóvenes -otras fuentes ajustan varios cientos- que les llamaban asesinos. Antes habían embadurnado las paredes del coso con pintadas, que el lenguaje propio de la modernidad manda llamar graffitis. La mayoría de los espectadores tomó las de Villadiego, marcándose una de disimulo; unos pocos entraron en discusión con unas eruditas referencias al Cúchares, a la casta Vistahermosa y al arte secular que resultaban surrealistas, y hubo quien quiso darle una mano de tortas al desconocido que le insultaba sin razón que lo justificara.

Uno de los representantes del grupo animalista denunció después por radio lo que calificaba como brutalidad de quienes se enfurecieron porque les llamaban asesinos. La argumentación era irrefutable: pues ellos consideran asesinato lidiar un toro, los aficionados a la fiesta son unos asesinos. Y lo corroboraba su violenta actitud al oír una verdad tan palmaria.

Las mismas motivaciones aducía para justificar las pintadas. Pintar en las paredes de la plaza de Las Ventas "Tortura no es cultura" o "Toreros asesinos" no es sino dejar constancia de un juicio incontrovertible sobre la sangrienta fiesta.

Claro que no se quedaron ahí, y ya que estaban metidos en faena se entretuvieron en romper el monumento al legendario y llorado maestro Antonio Bienvenida, que no se había metido con nadie. Por asesino, naturalmente.

Como estamos en democracia estas cosas hay que aguantarlas, es evidente. Muchos tienen confundido el país democrático con la casa de tócame Roque, o con el puerto de Arrebatacapas, o con el patio de Monipodio, o con el templo votivo de la Bernarda.

Meses atrás acudió también a la radio un cultivador del graffiti -éste era de Barcelona- y reivindicaba la libertad de expresión y la primacía de la creación cultural y artística para pintar la pared que estimara conveniente. Le preguntó el locutor: "¿Y si esa pared es de un edificio histórico o de especial significación arquitectónica?". A lo que respondió el graffitero: "Nosotros pintamos la pared que nos inspira porque nuestro movimiento cultural es más importante que los edificios".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Cultura es la palabra clave. Todo cuanto apetezca -desde componer una sinfonía hasta asaltar un piso desocupado- se considera cultura. Caso paradigmático es el de los graffiti, que se convirtieron en cultura a base de creérselo. Viene de la primacía de los grupos rap, de las tribus urbanas neoyorquinas, que inspiraron argumentos literarios y cinematográficos, algunos de excelente calidad.

La pintada era una mala costumbre que imperaba en los barrios sórdidos de Nueva York, pero las novelas y las películas le dieron categoría. Los jóvenes del resto del mundo -no precisamente los pobres; sobre todo los ricos- la tomaron por moda y se dieron a la imitación, mientras ese sucedáneo de intelectualidad que usurpa la autoridad de los intelectuales auténticos se encargó de difundir que eso era cultura. Los años sesenta fueron la década prodigiosa que conoció el esplendor de la cultura graffiti. La película American graffiti, de George Lucas, relató con nostálgicas secuencias los tiempos graffiteros. Íbamos por Londres durante aquellos años sesenta y nos sorprendió la cantidad de pintadas que decían, naturalmente en inglés: "Eric Clampton es Dios". Mi compañero añadió en castellano: "Y Mahoma su profeta"; sólo para dar qué pensar.

Si el graffiti es cultura, el graffiti corregido y aumentado es la cumbre de la cultura. Por ejemplo: "Tonto el que lo lea", cuando se le añade: "Tu padre". En una de las pintadas de Las Ventas, donde decía "Los toreros son unos asesinos" alguien añadió: "Y tú un gilipollas". La quintaesencia del graffiti corregido, sin embargo, la vi en Sevilla. En la blanca pared de un chalé habían pintado: "Viva Cristo Rey". Pasé al día siguiente y ya ponía: "Viva /Ángel/ Cristo y /Bárbara/ Rey".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_