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EL PERFIL

INMACULADA GÁLVEZ El látigo incansable

E l Plan General de Ordenación Urbana de Marbella tiene por lo menos 60 agujeros por los que emanan los miasmas del nepotismo y la corrupción, pero a muchas narices el olor nauseabundo les sabe a rosas. Una mujer sola acapara el mérito de haber identificado cada una de las emanaciones y de intentar limpiarlas ante los tribunales de justicia. El esfuerzo de llevar adelante, sin el menor síntoma de desmayo, tal número de pleitos es formidable, pero el arrojo no acaba ahí pues ciertos magistrados, cerrando los ojos ante las evidencias, han acatado una y otra vez las disculpas aducidas por el alcalde de Marbella, Jesús Gil, y por sus colaboradores, y han confeccionado, con un material parecido al de la impunidad, una suerte de parapeto inviolable. Inmaculada Gálvez, que así se llama esta intrépida abogada de 40 años, casada, madre de dos hijos de 24 y 5 años, ha padecido como una afrenta personal cada orden de archivo judicial de una causa contra Jesús Gil. Y como hemos apuntado colean más de sesenta. Cuando la juez decana de Marbella, Pilar, Ramírez, enterró el noveno procedimiento de las 28 denuncias presentadas por numerosos delitos urbanísticos, Gálvez planteó su recusación. Había descubierto ciertos vínculos que ligaban las resoluciones de la magistrada con intereses inmobiliarios de su familia. Fue un paso valiente, en solitario, a tumba abierta. Luego vino el informe de la Fiscalía Anticorrupción que relacionó a unos y a otros con la mafia siciliana y que corroboró en muchos sentidos las sospechas de la abogada. Inmaculada Gálvez lleva dos años investigando las debilidades legales del urbanismo de Marbella. En el verano de 1997 coincidió en casa de unos amigos con varios desconocidos, intercambiaron pareceres acerca de las barbaridades que perpetraba el alcalde y, con total naturalidad, nació la Plataforma Ciudadana para la Revisión del PGOU que ha instigado, hasta la fecha, decenas de pleitos. Hoy Inmaculada Gálvez es en sí misma la plataforma, o la encarnación viva de la plataforma. Detrás de ella sólo queda el anhelo de un puñado de particulares por detener los desmanes municipales. Gálvez fue la que decidió denunciar masivamente las supuestas tropelías urbanísticas, en vez de plantearlas una a una, una estrategia que por sí misma ha dado sus frutos pues ha convertido los juzgados en una habitual residencia de paso de todos los concejales del GIL. El compromiso moral de Inmaculada Gálvez por despejar los turbios intereses que envenenan las decisiones urbanísticas en la Costa del Sol no es nuevo. Sus primeros pleitos estuvieron relacionados con la defensa de los intereses de las asociaciones de vecinos. Hija de un estricto oficial de la Policía Armada, su disposición a defender los derechos de los administrados frente a la arbitrariedad de las instituciones más que ideológica ha sido ética. En Marbella, siempre ha residido en la playa de las Dunas de Cabo Pino, una zona que contradice la imagen tópica de una ciudad rendida al lujo y a la frivolidad. Allí cualquiera se puede bañar desnudo o compartir un baño de sol con un travestido venturoso. En las pasadas elecciones municipales fue cortejada por el PP y por el PSOE, pero prefirió encabezar la candidatura de Los Verdes, de la que también formaban parte algunas de las personas que han tratado de parar los pies a Gil. No obtuvieron ningún concejal, pero este previsible revés no ha amilanado a Gálvez, que está dispuesta a esperar cuatro años para intentarlo por segunda vez. Si no se ha dado por vencida a pesar de los percances sufridos en el acoso judicial contra Gil y su entorno amistoso y judicial ¿cómo va a claudicar por una novatada política? Dos años de batallas judiciales contra el Ayuntamiento de Marbella es una experiencia dura, excesiva e insólita. La costumbre de interrogar una y otra vez a los mismos sujetos en los juzgados no ha restado a su verbo un ápice de convicción ni de vehemencia. Gálvez tiene un amor propio a prueba de vacilaciones o rutinas, quizá porque cada caso que los magistrados han archivado ha dejado en su conciencia la marca de una injusticia que exige una reparación. Nunca ha cejado, ni cejará, en la persecución de los supuestos delitos planificados desde el consistorio marbellí. Cuando Jesús Gil, su lugarteniente, Pedro Román, y su antiguo abogado, José Luis Sierra, fueron encarcelados en la prisión de Alhaurín, Gálvez exigió el mismo trato para un cliente que había sido condenado. El hombre fue trasladado a la zona selecta de la prisión. Inmaculada solía ir a conversar con él. En el locutorio, casi codo con codo, la miraba el alcalde.

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