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Un buen candidato

La democracia se avería si no hay alternancia, pero todavía resulta más grave la posibilidad de que no exista realmente competición. En teoría, una elección democrática siempre la presupone, pero la evidencia empírica del caso español demuestra que no siempre sucede así. El hecho de que Fraga fuera candidato en 1982 y 1986 sin duda explica que en el resultado de aquellas elecciones hubiera una distancia tan considerable entre el partido más votado y el siguiente. Si hay competición real, los partidos tienen más razones para esmerarse de cara al ciudadano y el sistema democrático funciona de modo más eficiente. Gran parte de los errores cometidos por los socialistas durante su etapa de gobierno no derivaron de su ideario -como piensa la derecha-, sino de una situación que les permitía una absoluta (y excesiva) libertad de movimientos. El camino de Aznar hacia el centro -sobre el que sus adversarios tienen algunas buenas razones para dudar- sólo se explica por esa búsqueda de un terreno efectivo de competición. Los socialistas pueden no creerle, pero ellos mismos, como todos, se benefician de su giro. Todo cuanto antecede viene a cuenta de la opción del PSOE para la Presidencia del Gobierno. En mi opinión, Almunia puede ser un buen candidato. Tiene dotes de competencia y seriedad que no pueden ser puestos en duda y actúa siempre dentro de la tradición habitual en un partido como el socialista. Resulta difícil que quien oyera su intervención en el debate sobre el estado de la nación y no sea afiliado al PSOE pueda estar por completo de acuerdo con todo lo que dijo, pero algo parecido sucedería con Aznar. Y hay algo más que no resulta habitual en la política española. En los últimos meses ha demostrado ser capaz de colaborar con quien le ganó en las primarias y en la actualidad parece dispuesto a asumir una responsabilidad que ni es grata ni parece conducir a un éxito inevitable. Ésos son méritos infrecuentes.

Pero lo esencial es que introduce la posibilidad de competición. La verdadera cuestión en juego respecto del PSOE no radica en minucias personalistas sobre mayorías y minorías o aparatos y críticos, sino en saber qué quiere verdaderamente hacer con España si llega al poder. Se puede interpretar lo sucedido hasta ahora como el resultado de la resaca de 14 años de poder. La opción de Borrell fue un revulsivo para un partido acosado, pero también un testimonio de que, como le sucedió a Miguel Herrero, también los afiliados pueden errar. El mérito del antiguo candidato consiste en haberse marginado por sí mismo, pero, al margen de capacidades propias, estaba situado demasiado a la izquierda como para ganar las elecciones y sus propuestas apenas llegaron a materializarse.

Resulta trascendental que el procedimiento de las primarias no quede averiado para las condiciones de normalidad, porque es un progreso indudable para el conjunto de la democracia española. Pero la mejor prueba de que las presentes no lo son es que todavía el PSOE no ha hecho un debate que cada día aflora en la socialdemocracia europea. Cuando los líderes socialistas se identifican con un referente de más allá de nuestras fronteras lo hacen en unas ocasiones con Jospin y en otras con Blair. Eso no indica pluralidad sino incertidumbre cuando resulta lo verdaderamente importante. Lo decisivo es saber hasta dónde habrá que caminar en la senda del pragmatismo, hasta qué punto hay que adelgazar el Estado o reconstruir la ética del servicio público, qué medidas se proponen para democratizar la democracia y convertirla en más radical o cómo solucionar la cuestión de las identidades colectivas. Ésos no son problemas que se resuelven con etiquetas "de izquierdas" a secas. En buena medida, son problemas compartidos por la sociedad y el resto de las fuerzas políticas. En el seno del socialismo sólo en el entorno de Mara-gall han empezado a plantearse; algo han dicho los nacionalistas, y la derecha, que ha acertado con frecuencia en economía y capacidad de negociación en materia social, tiene mucho que reflexionar sobre esas materias, que son las cruciales del fin de siglo. Almunia puede estar en condiciones de abordarlas y proponer respuestas si los suyos no se enzarzan demasiado entre sí. Todos -incluidos los que no les voten- saldríamos ganando.

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