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Las ultimarias

IMANOL ZUBERO El 28 de diciembre de 1990, EL PAÍS conmemoraba la aparición de su número cinco mil publicando un cuadernillo extra en el que, entre otros, Flores D"Arcais reflexionaba sobre el riesgo de que la democracia pudiera llegar a morir de hastío. En opinión del sociólogo e historiador italiano, a medida que la política como oficio asume el monopolio de la vida política, la clase política se consolida como una especie de nomenklatura light y, como consecuencia, el ciudadano se siente expropiado, siente la política como un asunto de otros. Unos meses antes, el 31 de mayo, este mismo periódico publicaba un borrador redactado por Vázquez Montalbán a petición de Izquierda Unida con el fin de servir de base para la elaboración de un manifiesto a favor de la remoralización de la vida pública española. Eran los tiempos de los casos Juan Guerra, Naseiro, Prenafeta o de nuestras tragaperras. Lamentando la progresiva conversión de los representantes políticos en un "club de socorros mutuos" a la defensiva frente a las denuncias de corrupción destapadas por los medios de comunicación, el texto finalizaba haciendo un llamamiento generalizado a la sociedad civil con el fin, no de sustituir a los políticos, sino de "ayudarles a salir del Laberinto de las Sirenas". Durante 1990 fueron muy abundantes los artículos de opinión publicados por éste y otros diarios en los que se denunciaba, desenmascaraba o se lamentaba la progresiva consolidación en toda Europa de un neoclientelismo (en palabras de Pérez Díaz, en otro artículo de aquellos días) que reducía la democracia a un juego de competencia por el poder entre políticos profesionales, máquinas electorales y clientelas partidistas, con el pueblo reducido al papel de espectador. El debate continuó, y en junio de 1992 D"Arcais volvía a insistir en la necesidad de incentivar formas de participación que permitan competir con los mecanismos de reproducción de la casta política profesional. Mecanismos como la limitación de los mandatos, la definición de los derechos de afiliados y militantes, la financiación pública de la actividad política más que de los partidos políticos, etc. Una de las herramientas utilizadas por el equipo de Borrell tras su elección como candidato del PSOE a la presidencia del Gobierno para extender sus ideas y propuestas fue la distribución de una serie de cuadernos de opinión con el título Política abierta. El primero de estos cuadernos giraba sobre la nueva forma de hacer política para lograr una democracia de mayor calidad. Frente a la actual situación, con una inmensa concentración de poder en las cúpulas de los partidos políticos, se proponían una serie de medidas para el debate, tales como la elaboración de una nueva ley de partidos que democratice su funcionamiento interno y permita un mayor control de su financiación, reformas de la ley electoral que favorezcan una cercanía mayor entre electores y representantes, etc. ¿Se trataba de una preocupación compartida por todo el PSOE o eran sólo Borrell y su equipo quienes deseaban salir del laberinto de las sirenas? La experiencia de las primarias en el PSOE ha sido, a pesar de sus muchos aspectos oscuros, uno de los más esperanzadores actos de democracia que ha vivido la política española en muchos años. Sin embargo, prácticamente han pasado desapercibidas y hoy son algo así como un hervor adolescente del que más vale no hacer memoria. A la búsqueda del candidato perdido, la cúpula del PSOE prefiere volver sus ojos al siempre seguro voto territorial y a quienes lo controlan desde hace años (los barones) antes que a esa difusa y confusa ciudadanía que aupó a Borrell, el candidato con techo de cristal. De haber tenido lugar a principios de los noventa, las primarias hubieran recibido el aplauso de muchos y no hubiese sido tan sencillo para los demás partidos ningunearlas hasta presentarlas como un acto fallido. Pero hoy no son menos necesarias que entonces. Que esas primeras primarias no sean las últimas. Que no sean las ultimarias.

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