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Pistoleros

E. CERDAN TATO Nunca se ha loado al dólar por el supremo esplendor de su épica ni por la generosidad que riegan sus marcas al agua. Para los insidiosos ideólogos de la frustración, el dólar es una criatura que engorda en los establos de Wall Street y que se bebe de un sorbo la sangre espumosa de una docena de mendigos. Y sin embargo, es muy posible que hoy mismo, ya estén apostados, en las esquinas de las ciudades europeas, jóvenes granjeros de Kentucky, viñadores de California y matarifes de Cincinnati: han llegado de tan lejos para arrancarle la cabeza a Milosevic y colgarla junto a la del búfalo del abuelo o la del reno que le ganó al póker a un trampero de Alaska. Son gente templada en el riesgo y la intemperie, biznietos de aquellos que ocuparon Oklahoma, acre por acre, a uña de penco o en carretas; de aquellos que desollaron a toda una chusma holgazana, carnicera y salvaje. Ahora, los veremos moverse con sigilo, de Madrid a Sofía, de Oslo a Atenas, presumiblemente en dirección a los Balcanes, con esos mapas de museo, que sólo los dioses saben dónde los conducirán y a qué inocente decapitarán por error; ándese con ojo la diplomacia china; y, por supuesto, los revólveres y el winchester como un tributo al ardiente patriotismo de Charlton Heston, madre de todos los rifles. Estados Unidos ha valorado la cabeza de Milosevic en cinco millones de dólares y se los ha brindado a los cazarrecompensas, salteadores de diligencias y pistoleros de alquiler. Clinton después de arrasar Yugoslavia con sus bombas dudosamente inteligentes, ha movilizado sus recursos humanos también dudosamente inteligentes. Y quiere depositar a los pies del tribunal penal de La Haya al genocida, entre cuatro esbeltos marines camuflados de cuatreros. Lástima que en tan noble gesto no haya ajustado el precio de la cabeza de Pinochet y de las de cuantos, en Washington, diseñaron el terror, las desapariciones y los asesinatos, en Chile, en Argentina y en tantos otros lugares. Pero nadie es perfecto. Ni aun Clinton, que por lo que afirma no hace del todo el amor ni la guerra: se consuela con los efectos colaterales.

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