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El dilema del PP XAVIER BRU DE SALA

Ya que no sabían por dónde avanzar, pensaron que quedándose más o menos quietos, como una azafata de congreso que señalara al presidente Aznar, serían premiados por la sociedad. Esta táctica, basada en el movimiento inercial, podía dar resultados, pero no los ha dado. ¡Qué rara y variable es la política! A menudo, un dirigente, cuanto más cree haber acertado, más cerca está del error. Los analistas, los politólogos y los especialistas de la sociología electoral, cuanto más creemos en apriorismos, más persistimos y ayudamos a persistir en el error. "Nosotros subiremos porque no hemos parado de subir". "Vosotros subiréis, fijo". "Imagínate, estando en el Gobierno". No es raro, pues, que la unanimidad con la que vaticinábamos un imparable ascenso del PP en Cataluña reforzara la falsa creencia de sus líderes en la bondad del ascensor elegido. El 13-J quedó claro que el ascensor estaba desprovisto de cables municipales y probablemente autonómicos. "Incluso de motor", soltaron al día siguiente los descontentos de siempre y los marginados por la directiva. Así que vuelta a los nervios, a las votaciones erráticas en el Parlament y a la crisis de orientación. Vidal-Quadras, con la historia de sus resultados a cuestas, recomienda el ascensor antinacionalista del enfrentamiento. Piqué, el de la reconciliación y la inserción en la sociedad. Alberto Fernández Díaz anuncia un mensaje poliédrico de afirmación, diferenciación y denuncia de excesos pujolistas. Según mi modesto entender, que no alcanza para captar la fórmula de Fernández Díaz, las opciones de Vidal-Quadras y de Piqué son claras e inteligibles, pero contrapuestas. Y por tanto excluyentes. O se toma el ascensor de los buenos chicos en busca de legitimidad o se toma el ascensor del rifirrafe. O comparsas con matices del consenso catalán o denunciadores de su luciferina preponderancia. No alcanzo a comprender, repito y en serio, cómo puede un solo partido montarse en los dos aparejos al mismo tiempo. Ni que decir tiene que la inmensa mayoría de catalanes que no votan por el PP lo prefieren en la primera opción. Parece incluso, a juzgar por los que conozco, que lo mismo prefieren sus electores. Lástima que agradecerlo con votos no esté en manos de los primeros y los segundos se sientan poco estimulados por la táctica fernandecista del ir tirando, de organizarse de puertas adentro pasando de puntillas ante la sociedad. ¿Qué hacer entonces? Parece pues, en principio, que el ascensor vidalquadrista rendiría más votos, por lo menos en las autonómicas. Luego tendría que verse si el bueno de don Alberto daría bien en el papel de don Alejo o parecería que se hubiera disfrazado de ogro. Y tendrían que evaluarse asimismo las posibilidades reales del enfrentamiento en solitario, sin música de fondo proveniente de Madrid y sin acompañamiento babélico para las autonómicas. Imaginemos que, aun así, el PP de Cataluña opta por aparcar a Piqué en las autonómicas, sacar a Vidal-Quadras del armario y dar una buena sacudida al panorama. Mi impresión es que obtendría tajada, ya que no sólo estaría presente, sino que además ofrecería un perfil propio que ayudaría a resquebrajar el efecto bipartidista del dúo Pujol-Maragall. Pero este ascensor tiene efectos colaterales. El primero, ofrecer a CiU la oportunidad de tocar a rebato y despertar voto pujolista dormido. El segundo, previsiblemente de mayor cuantía, precipitar voto convergente antipepé en brazos de Maragall. El tercero, contribuir al alza de ERC, por la ley del estímulo mutuo de los extremos. Tutto sommato, el ascensor arrabiato del PP conduciría a mantener o mejorar unos resultados que ya fueron buenos, pero puede que también precipite el fin, prematuro para las conveniencias de Aznar, del reinado de Pujol. Recordemos que en las generales de 1996 los socialistas arrebataron a CiU, que de todos modos sacó un buen resultado, las papeletas que descontaban un pacto con el PP. No perdamos de vista lo que le ha sucedido a Molins, en parte por ofrecer a su electorado un Ayuntamiento gobernado por otra alianza entre nacionalistas y populares. Si los populares se convierten otra vez en el malo de la película catalana, ¿qué número de electores pasarán factura a Pujol por no haberles sabido calmar ni aliándose con ellos? El dilema del PP consiste en saber cómo puede recuperar los votos que el nacionalismo quitó al centro españolista, si por las buenas o por las malas. La experiencia indica que es mejor por las malas. La sensatez y el último estudio de Isidre Molas y Oriol Bertomeus, Els espais de frontera entre els electorats, en cambio, apuntan a lo contrario: la enorme bolsa de electores con voto variable se encuentra en dirección al centro y hacia los catalanoespañoles. Sin embargo, parece que una posición demasiado centrada provoca desafección entre los que votan PP o nada. Así que detrás de la encrucijada actual, eminentemente tacticista, se encuentra la posición estratégica de los populares catalanes: ¿regionalistas o sucursalistas? Si a corto plazo el puro sucursalismo puede dar dividendos, a medio y largo el predominio de una sensibilidad por lo menos regionalista encajaría mejor con la sociedad catalana, contribuiría a no tensarla desde la política y se situaría mejor en el espacio fronterizo con Unió y los sectores más moderados de Convergència. Lástima que, en este preferible caso, el perfil propio sea de más difícil definición y el premio vaya para largo.

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