Alianza

El domingo pasado nos desayunábamos con la noticia de que el grupo Anaya se dispone a destruir una buena parte de los fondos de la editorial Alianza, de la que es propietario. En otra época, los libros eran destruidos por los nazis. Ahora se los carga el mercado con idéntico furor, aunque con más pasividad por parte nuestra. En Toma el dinero y corre, la primera película de Woody Allen, aparece un niño muy frágil al que sus compañeros pisotean las gafas todo el rato. Ya de mayor, un día se le acerca un matón y él mismo las arroja al suelo machacándolas con el zapato. Esto es lo que vamos a hacer con los fondos de Alianza, arrancárnoslos y destruirlos delante del mercado, que es un chulo, para aplacar su ira. No critico a los responsables del grupo, que quizá sólo han hecho lo que podían, dado nuestro ritmo de desertización intelectual, cuyo máximo exponente fue el paso de Esperanza Aguirre por Cultura. Pero el Ministerio de Medio Ambiente o el Instituto Cervantes, no sé, alguien, debería hacer algo por salvar esos cuatro millones de ejemplares al borde ya de la extinción. Cuesta creer que no haya otro remedio que sacrificarlos. Yo heredé de mis padres un armario de tres cuerpos, y como no me cabía en casa, lo llevé a un guardamuebles muy barato, para no olvidar de dónde vengo. Puedo darles las señas a los señores de Alianza. Más aún: estoy dispuesto a cederles ese armario para almacenar a Bacon, Sartre, Wittgenstein o Sánchez Albornoz. Y como yo habría mucha gente. A ver si entre todos logramos evitar el desastre.
Cuando uno rompe las gafas delante de su enemigo, sea el matón del barrio o el mercado, acepta que está dispuesto a contemplar la realidad a través del matón. Prescindir de Alianza es aceptar que ya sólo el mercado puede explicarnos el mundo. Estamos listos.
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