Solidaridad en letra pequeña
Un curso muestra a los menores el mundo de los refugiados con cuentos de niños que viven en zonas de guerra.
No es verdad que todos los niños sean iguales. Algunos escriben cosas como: "Cuando hay un tiroteo y oyes ¡bang! ¡bang! ¡bang!, no piensas en tu amigo o en tu madre, sólo corres para salvar tu vida". Y otros les responden: "Me gustaría que todas esas personas que escriben esos relatos se enterasen de que mucha gente les ha leído... que sean felices y que en sus países deje de haber guerras". El primer testimonio es de Chol Paul Guet, uno de los niños africanos refugiados en el campamento de Kakuma (Kenia), cuyos dibujos y relatos componen la exposición Un día tuvimos que huir, organizada por la ONG España con ACNUR (hasta el 18 de julio en el Centro de Arte Reina Sofía). La respuesta es de Cristina Alonso, de 12 años, una alumna de primero de ESO de Parla que participó ayer en la inauguración de los talleres de sensibilización de la muestra.
La exposición se compone de 20 dibujos, otros tantos testimonios y cuatro cuentos que recogen la historia personal de niños de entre 10 y 17 años que huyeron de la guerra y las violaciones de los derechos humanos en el Cuerno de África (Somalia, Sudán y Etiopía) para refugiarse en Kakuma.
Los talleres, para niños de 6 a 12 años, se desarrollan en dos turnos diarios de hora y media, de miércoles a domingo, hasta el 18 de julio. La mitad de las 1.500 plazas ha sido ya reservada por colegios, pero la matrícula está abierta a asociaciones juveniles y a particulares (teléfono 91 467 50 62).
El objetivo es explicar a los niños qué son los refugiados, y "aprovechar su edad temprana para eliminar tópicos, como que los refugiados son siempre niños negros, pobres y esqueléticos", dice el monitor Miguel Lozano.
Tras ver unas diapositivas y comentar los dibujos y relatos de la exposición, cada grupo se sienta a dibujar. El tema es imaginar que comparten sus juegos con sus nuevos amigos africanos. Mientras pintan, comentan lo que han visto. Dos compañeras de 13 años, Beatriz Aguado y Vanessa Carrasco, mantienen este diálogo:
-La gente aquí no aprecia lo que tiene y ellos se conforman con cualquier cosa. Me podría cambiar por ellos -dice Beatriz. -Hay que ayudarles a olvidar el pasado, mandarles comida, cosas para estudiar, dinero... -responde Vanessa.
-El dinero no es lo más importante, es mejor estar con ellos y escucharles -zanja Beatriz.
En lo de pintar y jugar, sí que todos los niños son iguales. Cuando crecen, la cosa suele cambiar. El relato de Bor Alier lo demuestra: "La gente viene y nos hace fotos y nos pregunta sobre nuestra vida tan terrible... Pensábamos que nos ayudarían. Pero tuvimos que huir. No teníamos nada. Nadie regresó a ayudarnos".
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