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Bloomsday en Madrid

Ayer fue 16 de junio, es decir, el día en que sucede Ulises, la novela de James Joyce. Entre todas las interpretaciones que han suscitado el estilo radical de la obra y su estructura laberíntica, quizá la que explique mejor cuáles fueron las intenciones del novelista irlandés es la que él solía repetir a menudo: "Ulises es una descripción, casi centímetro a centímetro y persona a persona, de Dublín y, por tanto, su forma es la de una ciudad a la que se puede entrar o salir desde cualquier página, que multiplica sus anécdotas hasta el infinito". En realidad, y a pesar del carácter vanguardista de su relato, lo que hizo Joyce en su libro fue repetir uno de los empeños que suele acometer tarde o temprano todo escritor que se precie: reconstruir una ciudad y, en muchos casos, salvarla así del olvido. Los castillos y los templos se derrumban o se queman, pero las palabras que los describieron siguen en pie. Un lugar como Madrid, ferozmente demolido, edificado, recalificado y tunelado, también puede ser visto antes de la catástrofe en las páginas de muchas novelas, desde las de Galdós o Pío Baroja hasta las de Luis Martín Santos, Cela o Juan García Hortelano. Pero la pregunta es: ¿sigue habiendo algo que contar de ella? ¿Es posible una gran novela con la ciudad de hoy como protagonista? Desde luego, a un seguidor de Baroja, a alguien que quisiera rehacer los pasos de los protagonistas de La busca o El árbol de la ciencia le costaría mucho más que a esos fieles del autor de Dublineses que cada año, al llegar el Bloomsday, recorren las calles de Dublín siguiendo los pasos que dan Stephen Dedalus, Buck Mulligan o Leopold Bloom dentro de Ulises. En esta ciudad casi todo es remoto porque no queda casi nada.

Se hace duro pensar en la gran novela del Madrid de hoy. ¿Qué podría hacer el protagonista? Tal vez pudiese empezar a andar en Moncloa hacia la plaza de España, ir señalando los McDonald"s, VIPS, Pan"s & Company y sucursales bancarias de su recorrido y especificar cuáles tienen un letrero luminoso azul y cuáles un letrero luminoso amarillo; podría meterse a echar unas partiditas en ese histérico salón recreativo de la Gran Vía, hacerse una foto con la violetera de la estatua de Alcalá, sorprenderse ante las fuentes, quioscos, chirimbolos y demás manzanerías de la capital, y, para concluir, dos páginas más allá, podría meterse en el metro y visitar la nueva estación del aeropuerto de Barajas. Todo eso es lo que hay encima de la hermosa ciudad que una vez existió y que ahora ha desaparecido.

No deja de ser curiosa la forma en que todo se hunde en nombre de la prosperidad, a base de grandes superficies comerciales que arrasan con lo que se les ponga por delante, y el hecho de que en la reciente campaña electoral casi ninguno de los candidatos haya hablado del tema: "¿Madrid desaparece del mapa? Nosotros no nos hemos dado cuenta". Tal vez el periódico debería de publicar, junto a las columnas de Fallecidos en Madrid, otra en la que se hiciera lista de las partes de la ciudad muertas ese día: una fuente, una casa del XVIII o un palacio sustituidos por hermosos hipermercados y modernas hamburgueserías. Dicen que en estos comicios ha habido mucha abstención, pero la palabra no es correcta: la gente no se abstiene, huye.

Ayer fue el Bloomsday y uno podría hacerse un mapa de Dublín con la novela de Joyce. En Madrid ya no se puede hacer mucho ni seguramente se podrá en los próximos cuatro años triunfales: bueno, aunque eso depende; hay cosas que son inamovibles por su alto interés cultural, como la estatua de Franco en Nuevos Ministerios o las leyendas fascistas del Arco del Triunfo, y otras que se aniquilan o se dejan perder, como la casa de Vicente Aleixandre en la calle de Welingtonia, que fue un refugio para los poetas españoles de la posguerra y un santuario donde los intelectuales más inquietos pudieron juntarse para sujetar y combatir entre todos el peso terrible de aquella España oscura que no daba para mucho más de sí que para unas cuantas zarzuelas, tres o cuatro chotis y media docena de sonetos sobre las montañas de la sierra de Guadarrama.

Ayer fue el día del Ulises: el Bloomsday. Pero no lo digan muy alto, a ver si se va a enterar nuestro alcalde y se inventa la semana Hermanos Álvarez Quintero, o algo así.

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