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Tribuna
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Absentismo

Enrique Gil Calvo

Los resultados electorales del pasado domingo 13-J tienen mucho de puzzle o mosaico, lo que hace difícil pronunciarse sobre cuál es el mensaje emitido por las urnas. Pero cabe avanzar una síntesis aun a riesgo de simplificar la evidente complejidad. El primer rasgo a destacar es la menguante participación electoral, especialmente en Madrid y Barcelona, subrayada por un elevado voto en blanco. Se dice a modo de consuelo que peor ha sido en el resto de Europa, pero de poco sirve la coartada, pues para eso se unieron aquí las europeas con las locales. Y esto es un serio aviso para nuestra clase política, sobre todo si tenemos en cuenta el estilo incívico exhibido durante la bochornosa campaña electoral. Continúa abriéndose así el divorcio entre sistema político y ciudadanía, de lo que hay que culpar a la oligarquización de la estructura partidaria. Y el peor indicador es el dramático ascenso del virtual fascismo de EH y del GIL. Son malos tiempos los que corren para el civismo y la democracia.

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Otro rasgo significativo en la misma dirección es el abultado voto de castigo infligido al sectarismo político. Aquí destaca la debacle sufrida por la formación de Anguita, a quien se ha hecho pagar con creces no tanto su antifelipismo como su pinza con Aznar y sobre todo su boicoteo de los Gobiernos progresistas allí donde en su día fue posible la unión de la izquierda.

Por eso, donde más desciende IU es en aquellos lugares, como Málaga, donde por puro sectarismo se negó a pactar con el PSOE. Pero esta misma descalificación del sectarismo político aparece también en el caso asturiano, donde los electores del PP han pasado factura a Cascos, y quizás en Cataluña y Euskadi, donde los nacionalistas moderados han castigado a Pujol y Arzalluz.

El tercer denominador común a observar es el continuismo, pues los votantes han tendido a confirmar a los gestores con mando en plaza. Pero, por regla general, lo que se eleva es su apoyo relativo (porcentaje de voto) en detrimento del absoluto (número de votos), a resultas de la baja participación electoral. Y esto podría significar que si se confirma a las autoridades vigentes no es porque aumente la confianza depositada en ellas, sino de acuerdo al viejo refrán fatalista de que más vale malo conocido que bueno por conocer: no se elige a aquél en quien más se confía, sino a aquél de quien se desconfía menos. Y esto vale también por cuanto respecta al Gobierno de Aznar. Si las elecciones europeas se interpretasen como unas primarias de cara a las generales del año próximo podría sostenerse que Aznar ha confirmado su alternativa como los toreros en Las Ventas, ya que la diferencia que le saca hoy al PSOE en porcentaje de voto es más amplia que la ventaja cobrada en 1996.

Y es verdad que 4,5 puntos se acercan a la frontera de la mayoría absoluta, pero eso es un espejismo también causado por la baja participación electoral. Además, una confirmación auténtica hubiera exigido mayor distancia, pues el giro al centro reformista escenificado en el último congreso del PP, sumado a la fase alcista del ciclo económico, permitían esperar una ventaja mucho más clara. De ahí la frustración de Aznar y los suyos.

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Pero no menos ilusorio sería el simétrico espejismo opuesto, si en el PSOE interpretase estos resultados como una recuperación del empate técnico. Es verdad que la última tendencia global que cabe extraer de estos comicios es el retorno del bipartidismo, una vez hundida la esperanza de sorpasso de IU. Y no es menos cierto que si sumamos los porcentajes de voto de toda la izquierda superan al partido de Aznar. Pero de ahí a pensar que la revancha está cerca media un abismo.

Por el contrario, incluso podría pensarse que el fondo electoral que ha cimentado el PSOE también implica el techo de González, que no podrá atravesarse hasta que no se produzca la renovación generacional de la cúpula del partido. Y la mejor prueba está en Madrid, cuyo elevado absentismo demuestra lo lejos que se halla de ser reconquistada por la izquierda. Pues aquí nada es posible sin la toma de Madrid.

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