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JUSTO NAVARRO El verano es el submarinista fantasma que está sentado ahora mismo ante el Club Nautique Nerja en una silla de terraza de bar, entre dos expositores de postales. ¿Cómo ha aparecido aquí ese cuerpo flojo, dormido o muerto dentro de su mono de buzo color naranja? Este cadáver en el mediodía perfecto es el principio de mil novelas policiacas: ahora es sólo un traje de hombre-rana vacío y relleno de papel, y una cabeza de poliuretano sin cara bajo una capucha de goma negra y una máscara de buzo verde fosforescente. El espectro de hombre-rana que me espía a la entrada de la Plaza de la Ermita es un reclamo para veraneantes que quizá alquilen un equipo de submarinismo. Es un anuncio del verano, como lo fue el chapetón que cayó la otra noche, casi tan espectro como el hombre-rana del Club Nautique: llovió y a la vez dejó de llover, todo mojado y todo seco instantáneamente, una alucinación, la visión de algo que pasó o pasará en otro tiempo. Estos primeros días de mangas cortas me traen una sensación de cosa repetida, como cuando pones una vez y otra vez el mismo disco, la misma canción, y el tiempo parece parado, manipulado, moldeable. Compro en el Supersol albaricoques y un disco porque viene una canción que Albert Camus oía en el verano de 1939 (lo inexistente: Camus y 1939): J"attendrai, de Rina Ketty, desconocida para mí. Rina Ketty: parece un nombre inventado para un personaje más del caso del cadáver submarinista. Ahora la cantante se acerca al micrófono y Albert Camus, periodista de tribunales, humo en el humo del bar, pregunta aquí y allí a la busca de quién fue aquel buzo y cómo llegó a convertirse en el asesinado del Club Nautique. Qué canción, J"attendrai. Esperaré día y noche tu regreso, siempre. Rina Ketty tiene una voz de soprano pobre, vibrante, y canta la canción que oía en el verano de 1939 aquel joven Albert Camus que para nosotros ya había muerto, aunque muriera más de veinte años después. Unos días antes de estrellarse contra un árbol dijo: -No hay nada tan absurdo como morir en un accidente de coche. Oigo J"attendrai tres, cuatro veces, tiempo abolido que va pasando sin parar: ya ha terminado la canción, 2 minutos y 54 segundos. Y entonces pongo a Los Planetas, que todavía me dan esa sensación vieja de que la música me salva la vida, como dijo un artista; pero no la vida en general, sino la vida torpe, plana, demasiado retorcida de algunos días. Entre Canciones para una orquesta química elijo La playa, que es como una continuación de J"attendrai. Sí, espléndidamente lo de siempre: el verano que estuviste en la playa y no llamaste ni una sola vez, los celos, los días-pesadilla que duran un único minuto fijo que dura siglos. El cantante de Los Planetas canta con esa indolencia irremediable que es una forma de irritación. No me importa lo que pasa, es decir, me está destrozando, así que déjame en paz. Ya no toca en Los Planetas aquella bajista que cantaba de espaldas al público, mirando al suelo. ¿Adónde mira ahora, mientras giran Rina Ketty y Camus y Los Planetas y el submarinista fantasma que espera en el Club Nautique?

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