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La poesía

LUIS GARCÍA MONTERO Discreta, marginal, sigilosa como un líquido que se filtra por el hueco de los ruidos, la poesía va escribiendo la historia moral del ser humano, los brillos y las sombras que flotan en su conciencia cuando cierra los párpados para mirarse en el espejo de la intimidad. La originalidad en poesía no es cuestión de novedades, sino de conciencia. Se trata de la voz de la conciencia, esa hermana mayor impertinente, irónica, que pide la palabra en medio de cualquier situación y convierte la felicidad, el temor, la vergüenza, el desamparo, en un adjetivo preciso, en una música oportuna, en la metáfora que nos deslumbra con su flas y nos deja clavados en el tiempo. La originalidad es un corazón abierto en un álbum fotográfico. Antonio Machado ha sido uno de los grandes poetas originales del siglo XX. No dio escándalos, arrastró su torpe aliño indumentario por el silencio de los olmos y los olivos, movió las sillas y las cucharas del café sin molestar a nadie y cuando tuvo que morir buscó un rincón solitario a la puerta de su casa. Pero amó y pensó como un poeta, preocupado por descubrir la voz de una nueva conciencia, sin importarle, casi sin importarle, que un coro de grillos espectaculares lo definiese como autor decimonónico, viejo y trasnochado. El siglo XX se especializó en generar grandes novedades con día y medio de vida, sonoras fórmulas de coyuntura, modas diseñadas para pasarse de moda. Apostando por una batalla más duradera, Antonio Machado prefirió indagar en el corazón del sujeto expresivo, enfrentarse al santuario en el que se pusieron de rodillas durante un siglo, pese a los gritos y a las rupturas superficiales, los autores románticos, simbolistas, parnasianos, modernistas y vanguardistas. Machado renunció a su alma para conquistar una nueva conciencia. Ángel González, otro poeta reservado y perturbador, más original que novelero, acaba de publicar un libro sobre Antonio Machado (Alfaguara, Madrid, 1999). La originalidad literaria de Ángel González nace también de la voz de su conciencia. Pocas veces se ha estudiado de manera tan inteligente la ruptura profunda de Machado, la agresividad serena de su discreción, la batalla que sostuvo con las tradiciones románticas para distanciarse del sujeto burgués y de la norma sentimental del simbolismo y las vanguardias. Pocas veces se ha comprendido de un modo tan certero el debate abierto entre La deshumanización del arte de Ortega y Gasset y la poesía cordial de Antonio Machado. Cuando Ángel González habla del poeta sevillano, además de ejercer una deslumbrante sabiduría de profesor y crítico literario, busca también la raíz de su propia lírica. La tradición fluye, apaga luces y abre puertas, pasa por Bécquer, Rosalía de Castro, Rubén Darío, Antonio Machado y llega hasta Ángel González. El poeta se busca en los demás, define su intimidad en diálogo con los otros, demuestra que el corazón está hecho de tiempo y de historia, de libertad y de responsabilidades éticas. El lector de este libro de Ángel González podrá comprobar que, por fortuna o por desgracia, seguramente por desgracia, la historia moral del ser humano la han escrito los poetas.

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