"Okupas" en son de paz
Los recientes altercados acaecidos en una casa okupada de Madrid han vuelto a poner en entredicho, en ciertos círculos, el carácter pacífico y la conveniencia de seguir haciendo la vista gorda ante la existencia de numeros locales okupados que, en ocasiones, incluso llegan a recibir ayudas del erario público. La imagen negativa que arrastra tradicionalmente el movimiento okupa salpica también a los gaztetxes vascos. Sin embargo, sus moradores se desvinculan de cualquier actitud violenta (de hecho, la resistencia pasiva es la postura más extendida ante la perenne amenaza del desalojo) y, en la mayoría de los casos, la organización de actos culturales no es una coartada o una mera excusa ante la sociedad sino que constituye el principal motivo de la invasión de una casa. Aun así, a pesar de las actividades que albergan, su impresión es la de ser "los malos de la película" ante las autoridades; aunque presumen de tener buena imagen entre los vecinos y dicen complementar su labor social con tareas de rehabilitación y de erradicación de focos de marginalidad, a través de medios no declarados, allí donde se instalan. Los gaztetxes empezaron a salpicar el territorio vasco en la década de los ochenta y, al menos en teoría, nacieron concebidos como "centros culturales autogestionados" llamados a atender unas inquietudes concretas. Su pretensión sería la de solucionar lo que sus promotores consideran, aún en la actualidad, unas necesidades sociales, de infraestructuras, etcétera, que, a su juicio, las instituciones no son capaces de satisfacer. No se pernocta En ese sentido es importante reseñar que en la mayoría de los gaztetxes ni siquiera se pernocta. En su interior ensayan grupos musicales, teatrales e incluso malabaristas, se organizan conciertos con regularidad (grupos millonarios y superventas, como Offspring y Green Day, actuaron en su día cobrando por la entrada no más de 500 pesetas), se establecen los más diversos talleres (fotografía, serigrafía, cerámica,...), se organizan charlas y hasta hay sitio para grupos de espeleología. O sea, no sirven las primeras cuatro paredes que se ponen al alcance de una buena patada, se precisan locales de cierto tamaño, versátiles para su adecuación al desarrollo de las más diversas actividades y con capacidad y fundamento suficiente para soportar lo mismo un aluvión de decibelios que una representación teatral. Por eso han sido reconvertidos edificios tan diversos como naves industriales, inmuebles abandonados propiedad de entidades financieras de relumbrón y antiguos cuarteles de la Guardia Civil. Así, política (no se puede obviar que Jarrai tiene una fuerte presencia en el colectivo, aunque no todos comulgan con ellos), cultura, reivindicación y utopía se han conjugado siempre, en mayor o menor medida, en los gaztetxes, los cuales han tenido un papel fundamental en el desarrollo y mantenimiento de, al menos, una boyante escena musical. Y aunque la situación actual parece indicar un sensible declive, esta afirmación no cobrará pleno sentido mientras resista el emblemático gaztetxe de Vitoria, asentado en propiedades del Obispado y célebre por ser el primero que iba a ser desalojado.
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